Yo soy de una de esas generaciones que aún hemos disfrutado de la oportunidad de poder contar de viva voz a nuestros hijos e hijas (en mi caso también a mis nietos y mis nietas) cuentos, pero fue en un tiempo que ha quedado ya muy muy lejano. Fue antes de que fuéramos sustituidos por las tonterías que dicen y hacen gentes estúpidas en los móviles o la Tablet cuyas pantallas tocan rápidamente para pasar a ver a otras gentes estúpidas que continúan haciendo cosas estúpidas, y así dejan tranquilos a sus progenitores.
A mí me gustaba más contarlos que leerlos, porque eso me permitía cometer errores deliberados y mezclar personajes de un cuento con los de otro para que ellos disfrutaran corrigiéndome ¡Abuelo que no es así, que el lobo es de otro cuento, que te estás haciendo viejo! ¿y saben una cosa? tenían razón en todo. Entonces yo les preguntaba ¿Tú que hubieras hecho?, las respuestas eran siempre geniales. Reconozco que disfrute cada uno de aquellos momentos y hoy los echo de menos.
Pero desgraciadamente la magia, el encantamiento, la fantasía, ya tiene poco espacio en esta sociedad de la inmediatez, de los likes y los me gusta, que está abarrotada de estímulos visuales y sonoros, de millones de imágenes sugerentes que no somos capaces de gestionar lo que hace que vivamos inmersos en un permanente estado de ansiedad rodeados ruido a todas horas.
Los cuentos existen desde que el tiempo es tiempo y no siempre terminan bien ni son políticamente correctos. Exigen tiempo y silencio para ser escuchados y comprendidos porque siempre contienen alguna enseñanza. Los mayores se los contaban a los más pequeños que así iban aprendiendo poco a poco su significado y cuando lo conseguían ya se habían hecho adultos. Así llegaban a comprender los valores y las normas de las sociedades en que vivían: el valor de decir la verdad, de ser fiel a su comunidad sin despreciar a los demás, aprendían que lograr aquello que valen la pena siempre supone un sacrificio, también a respetar a los mayores, a ser leales con los amigos; en definitiva, cosas importantes para VIVIR.
Pero todo eso era así antes de que muchos de esos cuentos, inspirados en leyendas, mitos y tradiciones orales muy antiguos pasar por las manos de Christian Andersen, los Hermanos Grimm o “la factoría Disney” que los redujeron, en muchos casos, a historias de bellas princesas, de guapos y valerosos príncipes que tenía que sacarlas de algún lio o librarlas de algún dragón o alguna maldición y terminaban comiendo perdices.
Aquel tipo de narraciones que se contaron a los jóvenes durante muchas generaciones en tiempos ya muy muy lejanos una vez edulcorados, han pasado a formar parte del mercado de consumo masivo y de la tecnología que se han hecho dueños y señores del tiempo, de nuestro tiempo. Hoy las niñas ya no quieren ser princesas sino influencers en las redes sociales y los príncipes aspiran a ser futbolistas, superhéroes de Marvel o DC.; y es que no hemos sido capaces de transmitirles los símbolos universales que contienen aquello cuento, les hemos despojado de la fantasía, de la magia y truncado su imaginación encerrándolos en las dos dimensiones de una pantalla táctil, por eso ya no comprende el lenguaje simbólico que aquellos relatos transmitían en los que muchas cosas no eran lo que parecían. Aquellos cuentos no tenían moraleja a modo de resumen para facilitar al niño o la niña su comprensión, ellos sacaban sus propias conclusiones y así aprendían.
En Las aventuras de Pinocho, cuentos publicados en 1840 por el italiano Carlo Collodi, su autor quiso reflejar las duras situaciones que vivía la sociedad italiana a finales del siglo XIX después de un gran número de guerras civiles, no era un cuento para niños. Las primeras palabras del texto original son pronunciadas por Pepito Grillo "¿Qué es una conciencia? Una conciencia es esa pequeña voz que la gente no escucha. Ese es el problema del mundo de hoy".
El protagonista es una marioneta de madera malcriada fabricada por el viejo carpintero Geppetto para aliviar su soledad a la que el Hada Azul que le dio vida. Desobediente no quería y al colegio, pero el carpintero le obligo. Así que cuando se vio libre de dedicó a hacer todo lo que le dio la gana sin hacer caso a Pepito. Pero, aventura tras aventura, después de ser explotado y encarcelado, engañado, ahorcado, y casi convertido en un burro; le sacó de sus errores una marioneta que había conocido en el espectáculo del titiritero Strómboli y que este, como ya estaba vieja, arrojo al fuego desde donde ella gritó a Pinocho: "Edúcate. No dejes que la gente maneje tus hilos" Arrepentido y dispuesto a pedir perdón regreso a casa donde se enteró de que Geppetto había salido a buscarle y corrió a encontrarle. Ya sabemos el final.
Pinocho no llegó a ser un niño de verdad por ningún encantamiento del Hada, creció, sufrió, aprendió de sus errores y eso le llevo a eso, esa fue la recompensa a su sacrificio, a su arrepentimiento por el dolor causado, sólo después de aprender esto llegó a ser humano.
Un gran número de antropólogos y psicólogos defiende la idea de que los elementos simbólicos forman la base de las religiones, de los mitos, de los ritos, de los cuentos y la literatura fantástica, lástima que ya no tengamos tiempo para dedicárselo y nuestros niños crezca mirando frías pantallas y no escuchando la voz y mirando a los ojos a sus mayores.
Me ha gustado este tema así que la próxima semana deconstruiremos otro cuento.