El pasado 6 de marzo se cumplieron 97 años del nacimiento de Gabriel García Márquez y el próximo 17 de abril se cumplirán 10 de su fallecimiento. Con motivo de ambos aniversarios sus hijos Gonzalo y Rodrigo García Barcha han decidido publicar la obra que dejó inconclusa. Más que un homenaje, se me antoja una traición. “Este libro no sirve, hay que destruirlo”, dejó dicho. Y cuando él lo dijo, sus razones tenía, que si algo dejó claro a lo largo de su carrera literaria es que sabía muy bien lo que tenía que hacer y lo que no. Pero sus herederos han considerado que la orden tenía más que ver con sus fallos de memoria que con sus verdaderos deseos, y convencidos de que sabría perdonarlos si sus lectores lo recibían bien, decidieron dar su permiso para que se terminara y viera la luz.
Como todos sus lectores he caído en la tentación de leerla. “En agosto nos vemos” —que empezó siendo un cuento y decidió convertirlo en novela— cuenta la historia de una mujer ya en la madurez que cada mes de agosto coge el transbordador para ir a la isla donde está enterrada su madre a llevarle unas flores y en cada viaje vive una aventura sexual que la convierte por unas horas en una mujer distinta. El argumento sí me parece propio de él, pero los editores que han terminado la novela no han conseguido estar a su altura. Es normal: imitar a alguien, sea en lo bueno, sea en lo malo, solo conduce al fracaso personal. Hasta dudo que el nombre de la protagonista lo eligiera él. Ana Magdalena Bach fue la segunda esposa de Johann Sebastian Bach y él no necesitaba copiar el nombre de nadie, le sobraba imaginación, ingenio, conocimientos y experiencia para ser único.
De todos modos, esté donde esté, más que disgustarse porque su voluntad no haya sido respetada, tiene que alegrarse. El que los lectores sepan distinguir lo que ha escrito un autor de lo que otros hayan escrito por él como es el caso, sirve para que su merecida fama de grande entre los grandes siga creciendo. Y afortunadamente la obra que nos ha dejado es lo suficientemente vasta para que nosotros y las futuras generaciones sigan disfrutando de sus maravillosos cuentos y extraordinarias novelas.
Gabriel García Márquez no ha sido el único autor cuyo deseo u orden de destruir alguna de sus obras no ha sido cumplido tras su fallecimiento. Al ya fallecido autor ruso Vladimir Nabokov le ocurrió algo parecido en 2009 cuando salió su novela 'El original de Laura', un libro inacabado que el autor de 'Lolita' había ordenado quemar justo antes de morir en 1977. Fue su hijo quien optó por ignorar su última voluntad. Por el contrario, el que sí ordenó que se publicara "todo" lo que había escrito y no publicado fue el estadounidense J.D. Salinger. Tras haber sido catapultado a la fama con “El guardián entre el centeno”, Salinger optó por renunciar a la publicación, a los más que posibles galardones literarios, a las entrevistas, a las apariciones públicas y se aisló durante el resto de su vida sin dejar de escribir murió en 2010 dejando miles de páginas inéditas y el siguiente mensaje para su hijo y albacea: “Publícalo todo, incluso las verrugas”. E hízose su voluntad. Como puede verse hay herederos para los dos casos.