“Manifiestos, escritos, comentarios, discursos,
humaredas perdidas, neblinas estampadas…
¡qué dolor de papeles que ha de barrer el viento!
¡qué tristeza de tinta que ha de borrar el agua!”
RAFAEL ALBERTI
Análisis parlamentarios, comentarios legales, propuestas, correcciones, votaciones, pactos o compromisos políticos dicen que justifican y están en la base de la absoluta indignidad, el insulto y la hipocresía que algunos gobiernos autonómicos practican a diario, entre ellos el más reaccionario de todos, el de Castilla y León, que después de mil y un insultos de sus cargos públicos a la inteligencia, la cultura, la educación y a la misma democracia, se propone ahora, usando sus mayorías de mercadeo y reparto, legislar contra la justicia, la memoria, la verdad y, sobre todo, contra el respeto al sufrimiento y a la dignidad de tantos millones de españoles que sufrieron las puñaladas la más sangrienta dictadura de la historia reciente del mundo: el franquismo.
A través del texto de una llamada Ley de Concordia, que los partidos derechistas presentan para su aprobación a capricho de los herederos del yugo y las flechas y el bovino asentimiento de sus siervos políticos, la coalición fascista que gobierna esta desdichada tierra castellanoleonesa, y otras que se unen a la algarabía banderil de la mentira, pretende dar el último hachazo a todo lo que signifique verdad, justicia y reparación en relación con la guerra civil y la dictadura franquista. Acabar con la esperanza de las familias de los represaliados es el fin de esta rastrera utilización de las instituciones democráticas que realizan las hordas franquistas; pisotear las fosas de los asesinados, reenterrarlos, escupir sus cadáveres y, de algún modo, volver a fusilarlos, es la intención última, y primera, de tanta vileza; dar a los verdugos el abrazo que sólo merecen las víctimas es la intención de su infecto proyecto, de su eructo de odio…: mala gente que camina y va apestando la tierra…
Una somera lectura del proyecto de Ley de Concordia de Castilla y León, denuncia la explícita intención de abaratar el sufrimiento de los perseguidos, torturados y vejados por los vencedores rentistas de la sangrienta guerra civil española; transparenta en su texto la babosa satisfacción de poder blanquear la vileza de los torturadores y sus cómplices y destapa la antigua intención rumiada por los abanderados del crimen y los palios del peor de los dioses de retroceso a lo oscuro, y en su redacción, en su articulado y, sobre todo, en su inocultable naturaleza, está claramente reflejada el ansia de justificar crímenes, celebrar asesinatos, festejar desprecios, jalear torturas y aplaudir la siembra de miedo de una dictadura de cuarenta años que hundió a este país en la asfixia en el vivir y en el temor de estar vivo.
En un país auténticamente democrático, podría analizarse cada artículo, cada párrafo o cada “argumento” de esa llamada Ley de Concordia (cuyo solo nombre es la primera piedra de la hipocresía), y a partir de ella, y de otras de comunidades autónomas colonizadas por el neofranquismo, hacer mesa redonda en igualdad y plantear un debate jurídico e histórico serio, documentado y veraz sobre la reciente historia de España. Hoy, sin embargo, el discurso jurídico, histórico y político de este país es tan raquítico, pobre y barato, y está tan infectado por los virus permanentes del fascismo, el posibilismo, la manipulación, la deseducación, el ocultamiento, el gregarismo y la sumisión, que quizá queda ya, si no rendirse, contemplar con la distancia del escepticismo a un flautista de Hamelin que baila, grita e insulta en los escaños parlamentarios e interpreta en loor de multitudes el ‘Cara al sol’.