OPINIóN
Actualizado 02/04/2024 07:56:27
Gloria Rocas

Según la OMS, el ictus es la segunda causa de muerte en España (la primera en mujeres), y la primera en generar una discapacidad adquirida en adultos. La adultez comprende el tramo de edad, aproximadamente, desde los 25 hasta los 60 años que empieza la vejez.

Hasta hace poco, este accidente cerebrovascular se asociaba a personas mayores. No era raro escuchar: a mi abuelo le ha dado un ictus; mi tía está en la residencia porque le dio un infarto cerebral. Pero de un tiempo a estar parte, ¿quizá desde AstraZeneca, Pfyzer y Moderna?, los índices de ictus en personas jóvenes han aumentado exponencialmente. Parece que nuestro cuerpo ha empezado a dejar de trabajar con normalidad; la sangre, por arte de magia, se nos coagula y sin mucho aviso, ¡zas! Un trombo y discapacidad al canto. Y dando gracias de estar aquí escribiendo. De verdad, doy gracias cada mañana.

A pesar de ser un tema o enfermedad del cual se conocen bastante sus consecuencias, los síntomas y el protocolo de actuación, tanto en casa como en los centros médicos, cuando se trata de una persona joven, no quedan del todo claros. No es necesario que se paralice una parte del cuerpo, se caiga la cara del lado izquierdo o que no seas capaz de articular palabras para detectar que estas teniendo un infarto cerebral. El ictus siempre viene acompañado de un dolor de cabeza extremo y de la alteración de uno de los sentidos y la movilidad. Sin embargo, una persona con 34 años, con un cuadro de inestabilidad y alteraciones en la vista, es diagnosticada de vértigos y se va a su casa, a dormir, con una inyección de “Serc” (conocido antivertiginoso) en el culo, y que la suerte le acompañe.

Es bien sabido que, en caso de ictus, los minutos cuentan. Así rezan las campañas que mundialmente todos los 29 de octubre llenan nuestras redes sociales. Y bienvenidas sean, porque hace falta conciencia social. Pero parece que hay un sector médico que esto del tiempo todavía no lo ha integrado en su modus operandi cuando se trata de pacientes que no somos “viejos”. No puede ser que con la sintomatología con la que yo acudí al primer hospital, me mandaran para casa. Y tampoco que, cuando al día siguiente, fui a otro hospital, tardaran UNA SEMANA en darme el diagnóstico definitivo. Por supuesto, como comprenderéis, el daño ya estaba hecho. No pasaron minutos, sino días en los que mi cerebro estuvo falto de oxígeno y de riego sanguíneo. La discapacidad estaba casi prescrita en el parte de alta.

¿Por qué no se hacen resonancias de urgencia? Esa sala está parada desde que se acaban las citaciones por la tarde hasta que empiezan las próximas al día siguiente. Un TAC, que es la prueba diagnóstica que se hace en su lugar, revela “algo” en el cerebro. Una mancha. Tienes un tumor. Pero no la afección real. Y si se hicieran, se evitarían muchos daños colaterales, aparte de muchos miedos, intrigas y esperas innecesarias. Entiendo que el sistema sanitario no se encuentra en su mejor momento. Desde la pandemia parece que no remontan, que hay saturación por parte de los sanitarios, faltan medios (personales y materiales) y se percibe un poco de caos en las consultas y los hospitales. Pero oiga, que se trata de la vida de las personas.

Yo tuve suerte. Quizá no era el momento de marcharme; quizá mi cuerpo, aquella noche, luchó para seguir viviendo; o el de allá arriba estuvo a mi lado más nunca. Nunca lo sabremos. Pero que por una mala praxis tengamos que vivir con una discapacidad (reconocida) o que nos quedemos “tiesos”, vulgarmente hablando, en la cama… Creo que se merece una reflexión por parte del colectivo sanitario.Son personas, sí. Pueden cometer errores. También. Pero cuando se tienen las herramientas al alcance de la mano y se toman malas decisiones por edad o buen aspecto en general ( frase sacada del informe de urgencias) lo siento, no se les puede disculpar.

Gloria Rocas

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