OPINIóN
Actualizado 10/03/2024 11:24:21
Isaura Díaz Figueiredo

La negación de San Pedro

Llega el momento del prendimiento de Jesús, los soldados romanos conducidos por Judas irrumpen en las laderas del Monte de los Olivos. Algunos discípulos intentan reaccionar desenvainando sus armas, pero Jesús los detiene y se somete dócilmente a sus verdugos. Es llevado ante los sacerdotes Anás y Caifás, y es en este punto donde se produce la triple negación de Pedro En el patio del palacio, una mujer acusa le acusa de conocer a Jesús y de ser uno de los suyos. Pedro niega, no una sino tres veces, tal como lo predijo Jesús en la Última Cena. Ante la mirada del Maestro se abandona a las lágrimas.

El juicio de Poncio Pilato

Después de ser acusado de blasfemia por los sacerdotes y el Sanedrín, el tribunal judío, por compararse con Dios, Jesús es llevado ante el gobernador romano de Judea, Poncio Pilato. De hecho, no basta una acusación teológica para condenarlo a muerte, se necesita una política. Pilato, aunque escéptico ante el odio que todo el mundo muestra hacia un hombre al que juzga en el mejor de los casos como loco, es condenado (Muerte que infringían los romanos)

La Pasión y Crucifixión de Jesús

Después de ser golpeado y humillado, a Jesús le colocan una corona de espinas y envuelven en una túnica de color púrpura, en desprecio de haberse proclamado Rey de los Judíos. Arrastrado fuera de la corte, es desnudado, azotado, y luego se carga sobre sus hombros la Cruz que deberá llevar a su destino final: El monte Gólgota (Lugar de la calavera). Jesús avanza entre una multitud enfurecida, la misma que unos días antes lo había recibido con alegría en Jerusalén agitando hojas y ramas de palma. Entre ellos, escondidos y asustados, están los Apóstoles, Su madre María y las mujeres que lo aman y participan impotentes ante el tormento. Jesús se tambalea bajo el peso de la Cruz y cae por primera vez. Su mirada nublada por el sufrimiento se encuentra con la de María. Es sólo un momento, pero podemos imaginar el sufrimiento atroz de Nuestra Señora que ve a su único hijo doblado y roto. La profecía de Simeón se ha cumplido, una espada atraviesa su alma (Lucas 2, 35) y, sin embargo, aún en ese momento la Virgen deja de lado su inmenso dolor y trata de transmitir a su hijo sólo amor, ternura.

Simón de Cirene es obligado por los soldados romanos a ayudar a Jesús a llevar la cruz. Ahora avanzan juntos, mientras y (según la tradición) una mujer de nombre Verónica se abre paso entre la gente para enjugar el rostro de Jesús.

Ante el llanto de las mujeres de Jerusalén, Jesús les dice, «Hijas de Jerusalén, no lloréis por mí, llorad por vosotras y por vuestros hijos».

Al llegar a la cumbre del Gólgota, Jesús es despojado de sus vestiduras, hecho tender sobre el madero en forma de cruz y clavado de manos y pies, para luego ser levantado entre otras dos ladrones. Incluso en este momento en que su agonía llega a su punto culminante, Cristo deja a un lado su dolor y perdona a Dimas, el ladrón arrepentido, prometiéndole el paraíso.

ha cumplido, una espada atraviesa su alma (Lucas 2, 35) y, sin embargo, aún en ese momento la Virgen deja de lado su inmenso dolor y trata de transmitir a su hijo sólo amor, ternura.

Simón de Cirene es obligado por los soldados romanos a ayudar a Jesús a llevar la cruz. Ahora avanzan juntos, mientras y (según la tradición) una mujer de nombre Verónica se abre paso entre la gente para enjugar el rostro de Jesús.

Ante el llanto de las mujeres de Jerusalén, Jesús les dice, «Hijas de Jerusalén, no lloréis por mí, llorad por vosotras y por vuestros hijos».

Al llegar a la cumbre del Gólgota, Jesús es despojado de sus vestiduras, hecho tender sobre el madero en forma de cruz y clavado de manos y pies, para luego ser levantado entre otras dos ladrones. Incluso en este momento en que su agonía llega a su punto culminante, Cristo deja a un lado su dolor y perdona a Dimas, el ladrón arrepentido, prometiéndole el paraíso.

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