A medida que las críticas suben de tono según se conocen nuevos detalles del “caso Koldo”, aumenta el número de ciudadanos convencidos de que está más cercano el fin de Sánchez al frente de la presidencia del gobierno. A quienes así piensan, se les olvida que estamos en España, país que, en este momento y aunque nos cueste reconocerlo, no es una verdadera democracia. De serlo, hace tiempo que debería haber abandonado La Moncloa. Ninguna nación de nuestro entorno toleraría un primer ministro que, para poder perpetuarse en el cargo, estuviera dispuesto a apoyarse en partidos que no aceptan su Constitución y desean la independencia.
Ya resulta ofensivo un político que sobrepase todos los límites que adornan a una reconocida democracia; pero el problema es mucho más grave cuando el aprendiz de dictador pervierte todas esas normas después de haber repetido hasta la saciedad que nunca lo haría. Quienes están cómodos con la actual situación suelen decir que, a la hora de votar, el pueblo nunca se equivoca; pero España es diferente. Cuando adoptamos el actual régimen político, los ciudadanos elegían a sus gobernantes según su mayor o menor comunión con los respectivos credos políticos. Todo esto fue así hasta que llegaron a la cabeza del PSOE políticos que tenían muy poco en común con aquel socialismo que tomó fuerza en la Transición.
Haciendo abstracción de la corrupción –cosa harto difícil- los partidos que pasaron el “fielato” de la Constitución respetaron las líneas rojas que en ella se marcan. Cualquier amago de infracción fue denunciado por la opinión pública y puestos los infractores en manos de los tribunales –en más de una ocasión, a rastras-. Los votantes todavía seguían confiando en la congruencia de sus representantes. Desde la aparición de Zapatero, y sobre todo con Sánchez, los votantes del PSOE deberían hacerlo tapándose la nariz. O han dejado de ser socialistas o, de lo contrario, están adorando al becerro de oro que promete “el no va más”, mientras cada vez tocamos a menos. El espacio político que ocupó el socialismo de la transición está huérfano de dirigentes y el mandato de Sánchez plagado de incongruencias
Ha bordeado la Constitución con ardides de trilero, ha ninguneado la Corona con resabios de revanchista republicano, ha terminado con la independencia de los poderes y ha conseguido colonizar las instancias superiores de la Justicia. Con semejante currículum, tiene vía libre para gobernar circulando por carriles de ancho diferente al legal.
El cambio de vía de Sánchez se ha acentuado con su acceso al poder. Sus principios fueron de modesto militante dispuesto a ocupar los lugares que el partido señalaba. Cuando los cargos fueron distintos a sus aapiraciones, apareció el nuevo Sánchez: el político dispuesto a saltarse a la torera cualquier impedimento que frenara su ambición. El plagio, el amaño, la mentira, la soberbia y el revanchismo han transformado a un aprendiz de socialista en un consumado totalitario.
Lo verdaderamente triste es que lo que queda de aquel socialismo no puede, o no quiere, acabar con esta anomalía. Es lógico que los compañeros de viaje con nómina oficial estén dispuestos a vivir con ojos y oídos tapados, pero ya no lo es tanto que los militantes fieles a sus principios permanezcan callados.
La ley de la amnistía, los descalabros electorales y lo ajustado de los apoyos con los que cuenta este gobierno para no tener que entregar sus carteras han ido minando los endebles cimientos de un partido que parece desmoronarse, pero sigue en pie.
En el peor momento, aparece un nuevo escándalo. De nuevo se ha puesto en marcha -y de qué forma- la táctica de ¡Y tú, mas! Con un nuevo intento de contrarrestar las críticas de la oposición, se vuelve a negar cualquier información aclaratoria, se niega toda responsabilidad de los propios dirigentes y se dictan las réplicas que debe emplear literalmente todo gobernante para recordar los casos que hayan afectado a la oposición; aunque no hayan sido condenados por la justicia. Si es necesario, se filtran datos privados. De nuevo el ventilador.
Quienes piensen que se acerca el final de Sánchez, no le conocen. Maneja a la perfección los hilos que sostienen su sillón. Cualquier intento de desalojarle de La Moncloa chocará con una ley que despenalice el abuso cometido. Para cada situación, tendrá prevista una ley a la medida. Cuenta con el apoyo de los partidos que han recibido todas las prebendas que deniega la Constitución, y que han logrado la inviolabilidad que concede la ley de la amnistía a quienes las detentan. Así, estará gobernando hasta que haya el suficiente número de españoles cansados de este estado de cosas y dispuestos a integrar otra mayoría más acorde con nuestro tiempo.