Heredero de las teorías de Sigmund Freud, de los Cantos de Maldoror de Lautreamont, así como del clima vanguardista de las primeras décadas del siglo pasado y de otras influencias e inspiraciones, el surrealismo es uno de los grandes movimientos de vanguardia contemporáneos, que, a partir de prácticas literarias y artísticas, pero también con incidencia social, cambió y renovó la sensibilidad estética de nuestro tiempo.
Hizo suyo el lema de Marx de cambiar el mundo, pero también el de Rimbaud de cambiar la vida. Y, a través de una poderosa utilización de la imaginación, de prácticas como la llamada “escritura automática”, del uso de imágenes desconcertantes e ilógicas y, en definitiva, de todos aquellos recursos que pudieran desvelar el subconsciente humano, fue capaz de alumbrar un nuevo tipo de belleza que ignorábamos.
El francés André Breton está considerado como el padre y principal animador del surrealismo. Su primer Manifiesto Surrealista fue publicado en 1924, hace ahora un siglo. Y, en tal manifiesto, entre otras muchas cosas que plantea, nos indica cómo el surrealismo “se basa en la creencia de una realidad superior de ciertas formas de asociación desdeñadas hasta la aparición del mismo, y en el libre ejercicio del pensamiento.”
Las primeras muestras de la llamada escritura automática aparecen en el libro Los campos magnéticos, un libro escrito, durante unas sesiones de automatismo, por el propio André Breton y por Philippe Supault, publicado unos años antes, en 1921.
El surrealismo influyó en la literatura, particularmente en la poesía; en el arte, sobre todo en la pintura; y también en el cine. Ahí están nombres, en el primer campo, como los de Louis Aragon o Paul Éluard, entre otros; de pintores como Max Ernst, Yves Tanguy, o René Magritte, entre otros muchos, así como los catalanes Joan Miró o Salvador Dalí (recordemos la poderosa imagen de sus relojes blandos); o, en el ámbito del cine, como el gran Luis Buñuel y sus hermosas y desconcertantes propuestas cinematográficas de Un perro andaluz o La edad de oro.
En España, se incorporan a la práctica surrealista de la poesía distintos poetas de la generación del 27, con libros excepcionales; como Poeta en Nueva York, de Federico García Lorca; La destrucción o el amor, de Vicente Aleixandre; o, en fin y entre otros, Sobre los ángeles, de Rafael Alberti. Libros que renovaron nuestro panorama poético de una manera muy nueva.
Hoy –como les ocurriera a todos los movimientos de vanguardia de los primeros lustros del siglo XX–, el surrealismo, con todas las novedades estéticas y de otros tipos que trajera y aportara, está diluido, integrado y asimilado por la sociedad.
Sigue vivo. Parece que no existiera. Pero sus huellas continúan, de un modo u otro, en la literatura, en el arte, en el cine…, pero también, por ejemplo, en la publicidad. Ya no escandaliza, como lo hiciera entonces, porque lo hemos hecho nuestro y lo hemos incorporado hasta en nuestra cotidianidad; así, cuando una situación escapa a toda lógica, la calificamos, por ejemplo, como surrealista.
Su invitación a utilizar la imaginación, así como a transformar o cambiar el mundo y cambiar la vida, continúan teniendo toda su vigencia.