OPINIóN
Actualizado 16/03/2024 09:23:46
Juan Ángel Torres Rechy

En cuanto a su medida, las proporciones no pueden desbordar la cantidad que nuestro cuerpo puede soportar. El objeto admirado ha sido puesto en su lugar por una razón. No resulta fortuito. Antecede un acto de voluntad. El objeto creado organiza el espacio con base en un parámetro común al orden.

Para producir una obra de arte, el autor, primero, necesita encontrar un lugar para pensar. En tanto que la obra tiene la condición de surgir de dentro afuera, el afuera debe favorecer el proceso. Si bien la persona recoge su obra de la realidad, y no pone en ella nada que no sea capaz de concebir, la manifestación intelectual o artística emana de lo recogido por los sentidos. La depuración depende del refinamiento profesional.

En el bosque de la producción escrita, el autor experto puede, de manera voluntaria, perderse por los senderos apuntados. Puede ocultarse detrás de un árbol. Puede detenerse y, sin peligro de las fieras en ese lugar concorde con su espíritu, acampar una noche. Tiene la libertad concedida por el estado de gracia de su condición natural.

A veces, sus cosas, según el mundo, resultan una pérdida de tiempo. Ciertamente, visto en términos prácticos, no desencadena el dinero de las franquicias comerciales; al menos, no lo hace en un período de tiempo razonable. Además, su hechura requiere unas tablas, que solo se consiguen con el tiempo caído en una inversión de alto riesgo. Por donde se vea, entonces, el arte resulta el pan de los elegidos.

La obra de arte puede mostrar un objeto definido, en una situación específica. Miramos con detenimiento el objeto. Lo inspeccionamos. Depositamos tiempo en su contemplación. Lo fotografiamos, subrayamos, anotamos. Nos mueve al deseo de entenderlo, de agotarlo. Podemos sentirnos identificados.

En cuanto a su medida, las proporciones no pueden desbordar la cantidad que nuestro cuerpo puede soportar. El objeto admirado ha sido puesto en su lugar por una razón. No resulta fortuito. Antecede un acto de voluntad. El objeto creado organiza el espacio con base en un parámetro común al orden.

La escena la toca un viento sosegado. El oído repara en un trino sin academia de las aves. El ojo ve el sonido del riachuelo desprendido de premura. La persona, en fin, percibe una luz precipitada abajo con el paso quieto de la novia camino a las nupcias.

La condición del artista, quizá, en última instancia consiste en descubrir aquello que siempre estuvo al alcance de la mano. El concierto de los elementos del conjunto puesto en limpio a la luz de una vela sin tiempo en el siglo. La armonía producida no tanto por las notas como por la mirada que las organiza. El artista encuentra su plenitud en el público que comunica su existencia.

El arte, concebido en soledad, termina por reunir el orbe en el pétalo de una flor. El lugar apartado que mencionábamos al inicio del escrito se convierte en buena medida en la condición del surgimiento de lo narrado. Por algo, en la historia de la humanidad lo han referido Quevedo, Montaigne, Pascal, Cabrera, Virgilio, en Occidente, en Oriente Yuanming, Gongwang, Xiaohai. El arte se convierte en verdad cuando reproduce el día a día. Cuando el día a día lo eleva a su altura.

torres_rechy@hotmail.com

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