"Los hombres, sus derechos y nada más; las mujeres, sus derechos y nada menos" (Susan B. Anthony)
El 8 de Marzo se conmemora el DIÁ DE LA MUJER TRABAJADORA; el mismo día también se evoca lo que se cree, fue un asesinato, hace ahora más de un siglo de las 146 obreras textiles en Nueva York. Bajo este epígrafe, los que propusieron el nombre pudieron tener una buenísima intención, pero a mi modo de ver, confundieron el término dando a la palabra “trabajo” un significado que no se corresponde exactamente a la realidad. Puede ser, incluso, un insulto para media humanidad femenina. Porque todas las mujeres trabajan, en el sentido popular de una actividad intelectual o física, compensada económicamente, que es lo pretendido en esta conmemoración. Aunque bien sabido es que, también se enfrentan a trabajos, que no son reconocidos y valorados, ni tan siquiera por los suyos.
El 70% de la población en condiciones de pobreza es femenina, según los informes del Instituto Internacional de Investigaciones y Capacitación para la Promoción de la Mujer. A la falta de acceso a la educación y a la alimentación de las mujeres, se suma la situación de amenaza constante que padecen.
La falta de educación de las mujeres agrava su pobreza y la de su entorno porque son ellas las que se encargan de educar a los hijos. Muchas sociedades machistas las preparan para cuidar a los hijos, para llevar la casa y para atender al marido. Es difícil que un ser prospere si el sistema cercena sus aspiraciones educativas, su libertad de elección y la posibilidad de tener un trabajo digno. No pueden elegir su vida conyugal y profesional, ni tomar una libre decisión si no desean tener más hijos.
Algunos Estados siguen sin reconocer y sin llevar al plano social de las mujeres derechos básicos como la educación, el trabajo y las protecciones civiles. Predominan la impunidad y la falta de apoyo legal a las mujeres, a quienes muchas veces se culpa de los problemas de la familia. La poligamia es una realidad de muchos países en desarrollo. Esto suele conllevar al abandono de la familia por parte del padre. Recaen en la mujer todas las tareas que la pareja debería llevar a cabo. O existe la igualdad de derechos, o se tiene un estado con ciudadanos de primera y de segunda clase. Además de la necesidad de ser autosuficientes en un ambiente de oportunidades limitadas, las mujeres tienen que asegurar la supervivencia de toda la familia.
Una mujer sólo podrá reclamar sus derechos si sabe cuáles son. Así, tendrá más herramientas para defenderse de agresiones físicas y de abusos; los embarazos indeseados disminuirán y no quedarían tantos niños incapaces de escapar al ciclo de la pobreza en el mundo.
Los países del llamado Primer Mundo tienen que asumir su responsabilidad por la situación de la mujer. EEUU y Europa instalan maquilas en Latinoamérica y Asia a sabiendas de su injusticia. Saben que las maquilas contratan mujeres para que trabajen en turnos laborales inhumanos, con salarios que apenas les permiten vivir. Para optimizar las ganancias de las multinacionales, condenan a la pobreza a estas mujeres, muchas de ellas con hijos o al cuidado de sus padres. Las maquilas, al servicio de las transnacionales, contratan a mujeres porque, como no se han llevado al plano social los derechos de la mujer en muchos países del Sur, resultan más sumisas. Estas islas de explotación violan los derechos de la mujer que tantos países desarrollados argumentan promover.
En muchos países de África y Latinoamérica la columna vertebral del hogar es la mujer. Educan a los hijos, cuidan de la casa e incluso van al campo para atender los cultivos. No basta con el reconocimiento de los derechos humanos que adornan muchas constituciones. Es preciso convertir esos derechos políticos en auténticos derechos sociales. Sólo mujeres educadas pueden romper ese círculo vicioso. Diversos estudios señalan que, cuando la mujer acude al colegio y obtiene una educación adecuada, su maternidad tiene lugar más tarde y de manera más responsable. Planifican mejor, tienen menos hijos y ofrecen a su familia una vida más prometedora.
La globalización ha dejado muchas asignaturas pendientes. Se habla de los flujos de las mercancías, de la tecnología al alcance de todos. Las mujeres oprimidas quieren que se globalicen los derechos que sólo se reconocen en teoría. ¿De qué sirve votar si no se sabe qué se está votando? La democracia sin una población educada es un ruido en el vacío. Las mujeres deben poder acceder a una educación que las capacite para poder trabajar con dignidad y para poder exigir sus derechos. Sobre todo, el derecho a no ser marginadas ni explotadas. Ese es un derecho, que muchos países, no quieren que se produzca, quizá existe un miedo, a que se termine, con ese trabajo, en régimen de “semiesclavitud” que hoy las tiene sometidas. Sus producciones a bajo precio, se verían afectadas, al igual que sus imperios económicos. “De momento sin remedio… Tú”
Fermín González, salamancartvaldia.es, blog taurinerías