Todo el mundo habla de las fake news y, debe ser, porque le afectan a todo el mundo. Se han convertido en algo recurrente en la vida de las personas del siglo XXI. El término nos trae directamente a nuestro mundo actual, pero a pesar de su novedosa apariencia (quizás sea por utilizar el término anglosajón), el sensacionalismo, la manipulación y la falsedad que encierran, se han utilizado siempre para marcar objetivos y estrategias con fines dudosos en la transmisión de la información y los mensajes, es decir, en la comunicación.
La influencia de las fake news en el mundo actual nos invita a algunas reflexiones necesarias, tales como ¿Qué son realmente las fake news?, ¿Por qué se propagan con tanta rapidez?, ¿Cómo condicionan nuestras decisiones personales y colectivas? ¿Cuándo alteran los procesos electorales y las dinámicas sociales? ¿Qué podemos hacer para que no nos influyan? Estas y otras son cuestiones comunes que pueden plantearse la mayoría de los ciudadanos, pero las reflexiones y las respuestas tienen más valor cuando se dan individualmente, en el interior y para cada persona. Aquí las trataremos siendo conscientes de las limitaciones del espacio del que disponemos.
Ya hemos dicho en alguna ocasión que, aunque con algunos matices, las fake news es lo que en castellano llamamos “bulos” o noticias falsas, propagadas o divulgadas con algún fin determinado. Tan extendidas en los últimos tiempos y tan dañinas, que hemos llegado a tildarlas de pandemia. Aquí utilizaremos bulo o noticias falsas, como corresponde a nuestro bello idioma castellano o español. La desinformación es lo contrario del bien informar. Por eso, la batalla de la desinformación es una guerra que han de ganar los medios de comunicación y la buena ciudadanía.
El origen de los bulos está en nuestra propia naturaleza. Dos rasgos esenciales de la evolución humana son el gusto o la curiosidad por aprender y la necesidad de pertenencia, de formar parte del grupo y, ello explica, en buena medida, nuestra predisposición a creer en lo que nos cuentan, sea cierto o no. Consecuentemente, los bulos se hacen un hueco en nuestras vidas, con la ayuda eficiente de nuestro cerebro que busca atajos cognitivos, para agilizar la toma de decisiones en la vida diaria. Así, la arquitectura de nuestro pensamiento con frecuencia nos lleva a percibir la realidad de forma poco precisa e influenciada, además, por nuestros sesgos cognitivos, que afectan a nuestra manera de entender la información y consumirla.
Si la propia naturaleza del ser humano es propicia para que se den los bulos, apelando a las emociones del mismo receptor de la información o el mensaje, la diseminación y expansión de aquellos es otro de los factores fundamentales. La expansión de los bulos siempre ha dependido de los soportes de la comunicación y de la evolución de los medios en cada época. Entre las características más significativas de los bulos de nuestro tiempo está su facilidad de fabricación y su distribución masiva e instantánea, que ya nos hemos acostumbrado a llamarla “viralización”. Todo ello gracias al avance tecnológico de los últimos tiempos, significado especialmente en Internet, las Redes Sociales y la reciente irrupción de la Inteligencia Artificial que empieza a invadirlo todo y a suplantar muchas cosas.
Existe tal cantidad de bulos, citas falsas, mentiras y revoltijo de mensajes o medias verdades en las Redes Sociales y en otros campos, que horrorizan al más sensato y no sostienen el menor análisis de rigor. Estamos viviendo tiempos convulsos con polarizaciones, invasiones, guerras, epidemias, pandemias y una marea inmensa de bulos o noticias falsas que nos invaden. Algo parecido, salvados los dos mil años que nos separan, a lo que aconteció en el siglo II d.C., cuando el filósofo y emperador romano Marco Aurelio escribió y nos dejó como legado sus Meditaciones y Pensamientos.
Han pasado dos mil años y el ser humano parece que no haya evolucionado en cuanto al aprendizaje de la gestión de emociones y el saber relacionarse con los demás, con un mínimo de civismo, respeto y educación. Y, lo peor de todo, es que los ciudadanos debemos asumir lo que esas fábricas de bulos, desalmados y tecnologías mal aplicadas hacen en nuestro nombre, con nuestros datos y nuestra identidad. Puede que sea el momento de traer a colación dos de los principales mensajes de Marco Aurelio: cuestionarnos los valores superficiales imperantes en nuestra sociedad y asumir una mayor responsabilidad en pro de nuestro propio bienestar y fortalecimiento emocional.
Así es, aunque suene a antiguo y para algunos incluso despectivo, la corriente estoica que hasta nosotros hace llegar el estoicismo de Marco Aurelio, tiene como fundamento el control propio e individual de las diferentes interacciones que puedan relacionarse con nosotros desde nuestro entorno más inmediato o lejano. En este sentido, el estoicismo es el valor de la razón para poder sobrellevar el caos. La reflexión que desde el estoicismo podemos hacer, válida para el mundo de hoy, es que a las personas no nos perturban tanto las cosas que pasan como las opiniones que tengamos sobre esas mismas cosas. Por consiguiente, se trata de parar esos bulos o falsas noticias incluso con apariencias de verdad y, antes de asumirlas, cuestionarlas y tratarlas como si fueran hipótesis o suposición y no hechos o verdades firmes.
Este año 2024 es un año electoral por excelencia en el que unos 70 países, con 3.100 millones de habitantes, eligen a sus mandatarios. Conviene tener presente que Hitler se convirtió en canciller de Alemania a través de las urnas, tras una serie de campañas de desinformación que incluyeron la mentira como arma política y que culminó en un momento triunfal en la historia del engaño popular. Sabido es, también, el mal uso que se hizo de las Redes Sociales, los bulos y la desinformación en la campaña de Trump del 2016 y en el Brexit, cambiando el rumbo de los procesos electorales y de las dinámicas sociales.
Si no estamos atentos y rechazamos la desinformación, los próximos meses podrían provocar un punto de inflexión preocupante para la democracia en el mundo y en nuestro rumbo histórico hacia un nuevo orden mundial. Si las líneas que aquí dejo hacen reflexionar a mis queridos lectores sobre sus hábitos de consumo de información y lo que les lleva a confiar en unas fuentes más que en otras, habrá sido un tiempo provechoso para todos.
Escuchemos a Melendi en La promesa:
https://www.youtube.com/watch?v=7XPmRUp_Yf4
Aguadero@acta.es
© Francisco Aguadero Fernández, 1 de marzo de 2024