La escultora de Valverdón ha exhibido durante el mes de febrero una obra en defensa de las mujeres que ha tenido un gran éxito de público.
Al otro lado del cristal por donde se asoma la hermosa sala de La Salina a la calle, se yerguen las figuras femeninas de la escultora y ceramista salmantina Amelia García sorprendiendo al paseante. La muestra que la Diputación de Salamanca, con gran acierto, ha exhibido en este espacio privilegiado del centro de la ciudad, ha sido una sorpresa para el público y el redescubrimiento de una artista cuyo trabajo no solo es estéticamente impecable y pleno de originalidad, sino que resulta un valiente alegato en defensa de esas mujeres que, pese a los avances, siguen muriendo a manos de sus parejas o exparejas, lacra que no cesa.
Se titula la muestra “Sororidad” y esta palabra de ecos unamunianos que nos remite a la solidaridad entre mujeres, se deja sentir cuando recorremos las piezas, exquisitamente elegidas y colocadas en la más hermosa de las salas salmantinas, una sala que le debemos al pintor y gestor cultural de la Diputación Amable Diego, compañero de estudios de la artista, también doctora en Bellas Artes por la Universidad de Salamanca y durante muchos años, profesora y directora de la Escuela Superior de Diseño de Palma. Una Sala cuyo espacio está dividido en hermosas estancias que se combinan a la perfección con la piedra del antiguo edificio que mantiene su pozo y su esencia recogida, abierta también a la luz y propicia para los rincones… esos rincones que la artista no ha llenado de obra, dejando que las instalaciones hablen al espectador con su fuerza y su individualidad.
Una exposición acompañada de uno de los más hermosos catálogos que nos han ofrecido desde la institución que vela por nuestra cultura. Con un diseño cuidadísimo, fotografías de Gaspar Domínguez, Carmen Borrego y Roberto J. Barroso y textos magistrales de la poeta y profesora María Ángeles Pérez López y la historiadora de arte Montserrat González, se trata de un recorrido no solo de la muestra expuesta en la sala, sino de la trayectoria profesional y humana de la artista salmantina con raíces en la tierra del Tormes y ecos mediterráneos. Una trayectoria llena de exposiciones, muestras y viajes que ahora recala de nuevo en su tierra, convirtiendo el pueblo de Valverdón en taller donde sigue trabajando explorando nuevas técnicas y materiales más allá del barro refractario luego trabajado en la fundición.
El espectador de la muestra en La Salina, espacio que la artista ha sabido leer sabiamente e interpretar en su obra instalativa donde las láminas de la pared y la figura, así como las diferentes esculturas colocadas en grupo, sorprenden, recorre la obra de Amelia García admirado por sus piezas de suaves curvas y austera rotundidad. Su propósito con esta muestra es dar visibilidad a la mujer, una mujer en ocasiones sin cabeza, de formas redondeadas, en las que el vestido se convierte en un exquisito detalle apenas moldeado por esas manos que han hecho de cerámica las flores de un cuadro que nos recuerda a las víctimas inocentes de la violencia. Una violencia de la que quizás no se habla tanto, pero se sigue sufriendo, una violencia que la mujer-escultura esconde tapándose el rostro con las manos. Esa escultura que, a la manera de las primeras Venus, se redondea en la maternidad inclinadas luego las cabezas de la madre y de la hija, sonrisas hendidas por el cincel de la artista. Las figuras de Amelia García son un prodigio de fragilidad y de glacilidad, verticales y armoniosas tienen pies firmes sobre la tierra de la que parten y las reivindica en lo ancestral, en la tierra que ahora ocupa la artista viajera y mediterránea. Y el color, azules suaves y casi de pincelada, rompe con ese blanco en cuadro convertido.
La muestra que se posa, tan ligera, tan hermosa, en la Sala bellísima de la Salina, que nunca ha sido tan bella porque la artista ha dejado que los vacíos nos permitan disfrutarla, es un homenaje al poder de las mujeres y un recordatorio de la violencia que sufren. Y esa reivindicación es blanca, casi lisa, en ella se destacan las flores delicadamente labradas, los textos, las lágrimas rojas, las figuras de espaldas. Los cuadros de la artista precisan de una mirada más detenida, en ellos se lee la hendidura, el grabado, la tablilla de arcilla, belleza cuneiforme que luego se alza en forma de escultura. Mujeres que esperan y se apoyan, mujeres que disfrutan de su patinada belleza de cabezas sin el adorno del cabello, mujeres que son madres, mujeres que forman un bosque de troncos bellamente resueltos, cada uno con una individualidad que precisa del detalle de la mirada y del conjunto de su sororidad, aquella que se ve desde la cristalera de la calle, milagro elevado y resuelto.
Una muestra cuyo cierre, cercano al día de la mujer, nos recuerda la belleza del arte de nuestra gente y la necesidad de la reivindicación frente a la barbarie que sigue. Una muestra de una originalidad y una fuerza que nos fascina. Tenemos una artista entre nosotros cuya obra nos enorgullece. Y seguir su estela será, tras esta experiencia, una hermosísima tarea de torno y horno, de prodigiosa alfarera.