Nuestra querida Concha Velasco ya lo cantaba en aquella revista musical de finales de los años ochenta, en la que encarnaba a una artista que siempre lo tuvo claro desde niña. Y es que hay niños y niñas que desde pequeños, tienen perfiles artísticos más que académicos. Sin embargo, participan en un sistema educativo que prioriza la inteligencia memorística y los contenidos curriculares antes que otro tipo de inteligencias como la emocional, la espiritual o la artística. Y entonces, esos niños y niñas están como pez fuera de la pecera o como ballena fuera del mar. Decimos que “no encajan”, que “no se centran”, y les abocamos a decidir sobre una disyuntiva: o entras por el sistema o estás fuera de él.
A estas alturas de la película ya tenemos claro que cada ser humano debe perseguir no solo su sueño, sino su vocación, es decir, aquella ocupación que le hace vibrar y le llena los cinco sentidos. Pero además del deseo, tiene que tener ciertas aptitudes para ello, con lo que unido a una formación y trabajo, puede lograr que esa persona pueda vivir de ese trabajo. Se trata de entender que la educación no es “café para todos”, y de repetir que “qué malos son los niños y las niñas a las que no les gusta el café” sino que debería tratarse de un proceso de acompañamiento a la persona concreta y particular, teniendo en cuenta desde temprana edad las cualidades y posibilidades de cada niño y niña, y sus capacidades reales y potenciales. Si convertimos la educación en un proceso de robotizar y homogeneizar a los niños y niñas, perdemos la esencia de la misma, que no es otra que sacar lo mejor de cada ser humano. Y eso requiere en muchas ocasiones dejar a un lado los temarios, los partes, los rollos patateros y la burocracia, para dejar paso al encuentro, el diálogo, la observación y la motivación. Casi nada.
La sociedad necesita artistas, porque necesitamos el arte para vivir. Sí, para vivir, porque para sobrevivir sólo necesitamos alimentarnos, expulsar y dormir. Hay muchos seres humanos que se han llegado a creer que la vida es eso, junto a ciertas dosis de futbolitis, redes sociales y memeces varias. Pero la vida es más que la superviviencia, por eso necesitamos bailarines, pintores, escultores, poetas y músicos. Necesitamos personas que escriban con sentido y con belleza historias, cuentos y reflexiones. Necesitamos actores y actrices en el teatro y en el cine. Necesitamos cantantes que nos sigan diciendo verdades y nos pongan los pelos de punta al escucharles y personas que nos hagan reir o llorar, para que nuestras emociones afloren y nos sigamos sintiendo humanos y humanas. Necesitamos menos leyes y más cuentos, protestar menos y bailar más, gritar menos y cantar más.
Las musas griegas fueron inspiradoras y fundamentales en el desarrollo artístico de la Grecia Clásica, la base de nuestra civilización. Euterpe, Talía o Terpsícore soplaban esa chispa que podía iniciar una obra maestra en cualquier tipo de arte si el receptor se dejaba atrapar por su influencia. Hoy sigue habiendo musas que inspiran, pero más ahogadas por un sistema que prioriza los conocimientos y los objetivos generales. Hoy, las musas, casi tienen que pedir permiso para hacer su trabajo, y así nos va.
En nuestros colegios y en nuestras familias hay niños y niñas con talentos y capacidades para el arte en general y particular para las distintas ramas artísticas. Tenemos que apoyarles y potenciarles y sobre todo, darles alternativas y posibilidades. Y sobre todo, valorar más a los artistas, que nos sobran funcionarios y estudiantes en todas las facultades nos faltan poetas y músicos. Nos falta el alma, el espíritu, el alimento para el placer de los sentidos, el deleite. El arte es también toma de conciencia de la realidad en la que vivimos para transcenderla y transformarla. Nos sobran políticos, chorizos, chupatintas y mediocres. Nos faltan artistas. Nos falta arte. ¡Ay mamá, quiero ser artista! O al menos, intentarlo.