Enseñar México cuando vienen visitas produce siempre una sensación extraña; a pesar de llevar en México más años de los que estuvimos en España, uno nunca pierde la sensación del que llega, del que descubre… aunque, después de tanto tiempo, uno también es más de aquí que muchos del lugar… Aunque los ojos nuevos nos llevan, queriendo o sin querer, a aquellos primeros paseos. Por eso, para agradecer la visita a Cristina, Irene, Javier y Daniel, hoy escribo esto.
Quienes me leen saben que desde finales de 1992 vivimos en México; un núcleo familiar de dos, Pilar y yo, que se ha ido construyendo, algo menos de cinco años en España y más de treinta en México.
Es curioso cómo eso condiciona muchas cosas, por ejemplo, la perspectiva. Tengo recuerdos bastante claros de los años iniciales y, cuando los paso a “tiempo real”, resulta que han pasado muchos años, a veces más de veinte o veintitantos… Y rememoro lo que me parecían veinte años cuando tenía… veinte años, aquella época antes de salir de España: era algo tan lejano en el tiempo…
Aplica no solo en las sensaciones y en los recuerdos. Por ejemplo, Pilar y yo conocemos el centro de la ciudad, sin presunción, mejor que mucha gente que nació aquí... Porque nos gusta, porque disfrutamos pasearlo, porque, al mismo tiempo, casi siempre descubrimos algo en cada nuevo paseo...
¿Por qué nos pasa eso? Además de por disfrutar cuando se lo enseñamos a alguien que lo ve por primera vez, nosotros, aunque ya somos de aquí, nos damos cuenta, a la vez, de que no hemos perdido la misma mirada, esa que solo puede tener quien acaba de llegar... o quien no deja de “acabar de llegar”.
No sé si es algo que pase siempre al cambiar de residencia, al menos, cuando eso ocurre “sin excesiva obligación”, es decir, por decisión propia.
Estoy convencido de que, para Pilar y para mí, algo de peso tuvo el hecho de venir juntos y pensar en que la vida que empezaba (después de la Universidad) podía ser aquí. Sin embargo, eso no es obstáculo para la nostalgia, que la hay, solo que se volvió algo manejable y hermoso, una nueva forma de mirar, lo de acá y lo de allá.
Luis Carnicero, poeta leonés, a quien conocí aquí, me regaló el título, eso de que vivimos entre el asombro y la melancolía. Luis me dijo que ahí tenía un libro… De momento, me da para un artículo que, a lo mejor, mis sobrinos y sobrina pueden hasta usar en sus clases, para que los profesores vean que la visita a México sí les ha cundido (guiño, guiño).
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