Si miramos en nuestro mundo en torno, casi todo lo que percibimos y que, a diario, nos muestran los medios de comunicación, son signos de retroceso. Como si la democracia, la civilización, el humanismo… y todo lo que de bueno hemos ido realizando a lo largo de la historia, no se consolidara, sino que, en un momento como el presente, estuviera a punto de tambalearse y no pocas conquistas incluso de zozobrar.
Se está produciendo una bárbara y bestial masacre israelí contra el pueblo palestino, que no tiene justificación alguna; es un genocidio en toda regla. Y el mundo parece estar mirando para otra parte; salvo esa minoría consciente que escribe y se manifiesta contra tal monstruosidad.
“¿Dónde quieren evacuarlos –indica un dirigente europeo– a la luna?” Porque están convirtiendo la franja de Gaza en ruinas, en miedo, en mucho sufrimiento y en muerte. Y el mundo occidental, y acaso también la mayoría de los demás mundos, están mirando para otro lado. Como si no fuera con nosotros.
¿Y qué decir de las tractoradas campesinas? ¿Representan a todo el campesinado? ¿Todos los campesinos tienen tractores, maquinarias potentes y naves del estilo? ¿Todos los sectores laborales y humildes europeos tienen su ‘pac’ correspondiente? ¿Tienen el gasóleo subvencionado? ¿Todos los sectores laborales y humildes europeos están subvencionados? ¿No estarán siendo utilizados como ariete para intereses que no son los suyos?
Amamos el mundo campesino. Llevamos tiempo analizando y estudiando las culturas campesinas de todo tipo. El escritor británico John Berger remata su novela Puerca tierra con un lucidísimo, certero y hermoso texto sobre los campesinos. Léanlo quienes los manipulan. Y quienes aparentemente los defienden cuando votan en Europa las políticas neoliberales que condenan, en parte, al campesinado.
Porque no se puede contraponer, por ejemplo, a los campesinos con la cultura, con el mundo del cine o, también, con las medidas que tratan de irse generalizando a favor de una agricultura sostenible, o con la agenda veinte treinta.
Perjudica mucho a los campesinos que se les hagan abanderar causas retrógradas, de retroceso, de insolidaridad, de crearse enemigos falsos (por ejemplo, los productos agrícolas de países extra-comunitarios), porque tales causas, a la corta y a la larga, van contra ellos.
Como va contra todos el que los cultivos agrícolas hayan de tener pesticidas y todo tipo de productos fitosanitarios. Así, por ejemplo, se envenenan las aguas y se envenena la tierra. Y ocurre, como en alguna localidad levantina, que, al estar el agua contaminada, por tales motivos, no la pueden beber ni utilizar para los usos culinarios.
Y también –como se ha indicado desde algunos medios– son problemas del mundo campesino algunos que no aparecen estos días, como, por ejemplo, la temporalidad en los empleos, las excesivas jornadas laborales, la siniestralidad laboral en las tareas agrícolas y ganaderas… y algunos más.
Es necesario que, de entre los campesinos, surjan también voces sensatas y racionales, que planteen las cuestiones que les afectan y exijan las soluciones que sean adecuadas; más allá de banderas con toros pintados, de pitidos de cláxones y de entorpecer con los tractores las vidas de los demás, que van con su vehículo a sus respectivos trabajos, sin subvención alguna.