Dentro de los debates y reflexiones que apenas salen a la superficie mediática están aquellos sobre la evolución de las ciudades. Su profunda y rápida modificación, y no siempre para bien, apenas logra encontrar hueco ni siquiera en elecciones municipales. Se hurtan a la opinión ciudadana con porfías extemporáneas e incluso extinguidas, coartando un voto consecuente. Una de las señas de identidad de cualquier urbe, en especial de su centro, es la actividad comercial que tanto ha contribuido a dotarle de personalidad propia junto con la hostelería.
En una provincia como la nuestra la capital ha ejercido el papel de centro comercial por antonomasia, discutido en un pasado no tan lejano por otras notables poblaciones. La tecnología indudablemente está cambiando las ciudades con la venta a distancia. Pero también se expandieron a velocidad de vértigo los Centros Comerciales cerrados, y sus sucedáneos. Otro invento es la franquicia, colonizando todo tipo de localidad con cierto tamaño. Estas conllevan sus propias señas de identidad y diseños, ajenos al lugar donde se instalan, uniformizándolos en espacios urbanos casi intercambiables. Hasta se ha acuñado un término para describirlo: urbanalización. Por no hablar de la metropolización de corte anglosajón tan en deuda con el vehículo privado.
La suma de todo eso condiciona el paisaje urbano. Tras la pandemia se ha acelerado la compra sin moverse de casa, indiferente a la distancia. Y en nuestro caso sumemos el paulatino despoblamiento de la provincia, ¿quizás ralentizándose?. Ello se manifiesta con la vertiginosa desaparición de pequeños negocios comerciales, en niveles alarmantes en el caso del comercio de barrio, y la consiguiente sucesión de locales cerrados. Que el neoliberalismo pretende rentabilizar en forma de viviendas diversas, reapareciendo el Bajo tan poco habitual ahora en nuestras ciudades.
Aunque hay demasiados ejemplos en Salamanca, me llama la atención la Calle del Pozo Amarillo. Junto con Azafranal soportó durante muchos años un intenso tráfico motorizado incluido transporte público, besando la Plaza Mayor en su camino hacia el sur, a pesar de la paralela Gran Vía. Hoy ya peatonalizada, gris pero con cierta gracia, empieza a ser una preocupante sucesión de locales abandonados. A pesar del clásico lamento sobre las bonanzas comerciales del tráfico rodado, la experiencia vincula al peatón con el dinamismo de la actividad comercial. Pero aquí puede haber llegado tarde, a pesar del ¿auge? del turismo. Incluso este selecciona el espacio público, reconvirtiéndolo en escenarios privatizados para el consumo.
Estos días exhibe la Diputación una interesante idea, facilitar la continuidad de pequeños negocios tras la jubilación de sus titulares, evitando la pérdida del menguante tejido económico. Planteado hace tiempo por diversos enemigos del progreso y, como otras muchas cosas, al final reconocida como buena. El problema está en el habitual quizás llegue tarde. La iniciativa podría intentarse en la capital, buscando fórmulas para salvar lo posible. Desde luego todo pasado no fue mejor, pero espacios urbanos con intensa actividad comercial propia eran más atractivos, vivibles y seguros.
Por cierto, esta semana el Ayuntamiento presentó las actividades conmemorativas del 175 aniversario de la creación de la ahora Policía Local. Mis felicitaciones a este servicio público esencial. Aprovecho para recordar que en diciembre de 1924 circuló por nuestras calles el primer autobús urbano, 100 años justo cuando acabe el año en curso. Por si sirve de algo.