“El ser humano es una síntesis de lo temporal y lo eterno, de lo finito y lo infinito".
SÖREN KIERKEGAARD
"Caminante, son tus huellas el camino y nada más; caminante, no hay camino, se hace camino al andar".
ANTONIO MACHADO
El hombre no puede zafarse de los rescoldos de su existencia, la fragilidad forma parte de nuestra condición humana, poco comprensible desde una cultura como la nuestra que pregona el éxito y margina el fracaso. En nuestras grandes preguntas por el sentido debemos de partir de esa realidad, cada día el sufrimiento se hace presente y no podemos arrinconar el molesto aguijón del fin de nuestra existencia que a veces nos impide vivir a ras de suelo.
Comenzamos la Cuaresma con una mirada al mundo y otra a ese misterio que nos habita, y así, poder orientar nuestra existencia a una plenitud de sentido en medio del dolor, la muerte y la sinrazón. Es un tiempo oportuno para comenzar de nuevo, para adentrarnos en el desierto y hacer silencio, esperando que la fragilidad no sea la última palabra, de ahí que la pregunta y la esperanza remita siempre al misterio, porque debemos pasar primero por la noche oscura de la cruz para llegar a la luz.
No hace falta levantar la vista para observar que vivimos en un mundo injusto, donde existen países tremendamente pobres y otros exageradamente ricos, humillados por la guerra y el hambre, la injusticia y la pobreza. Un mundo para que unos pocos monopolicen el poder, el dinero, la opinión, el comercio, la cultura, incluso la vida de muchos desesperados. Un mundo en el que muchos viven tirados en las chabolas miserables y que se hacinan para poder malcomer y malvivir, o en una tienda improvisada de alfombras bajo las bombas malditas, seres sobrantes pudriéndose bajo la indiferencia.
Si cambiamos la mirada, podemos observar que vivimos en un mundo destrozado por el consumo, la droga, la pornografía, la soledad, el exceso, la inmoralidad profesional y personal donde la mentira es el rostro del egoísmo y de las malas intenciones. Un mundo injusto y narcisista al que no escapa casi nadie, ni el político ni la Iglesia, ni el indiferente ni el creyente, instalados en el poder, anclados en posturas ambiguas y acalladas en silencios equivocados y no proféticos. Una Iglesia que ha perdido toda la sal para el mundo y para el creyente, para la vida, encadenando en cultos vacíos a todos los que se acercan, vaciando la esperanza y la liberación. Vivimos en un mundo injusto porque somos injustos. Donde no llega Dios con su amor y verdad allí hay injusticia. Pero también sabemos que la última palabra pertenecerá siempre a Dios.
La Cuaresma debe ser una oportunidad, un paso del creyente y de la Iglesia de la injusticia, de su propia injusticia, a la justicia. De la muerte a la vida. Tiene un alto valor pedagógico, ya que intenta ponernos en tensión entre la esperanza de la Pascua y la propia realidad, perdidos en la insoportable levedad del ser, en la finitud, en la injusticia, la culpa y la impotencia. Nos ayuda colectiva e individualmente a ser lo que realmente deberíamos de ser, lo que Dios quiere de nosotros y no sabemos o no podemos ser. Necesitamos de su ayuda, ya que la vida es don suyo, con Él saldremos de la oscuridad de la injusticia y la muerte, para abrazar la existencia como plenitud y amor.
Ante la presencia del misterio el creyente se siente abrumado, con temor y temblor solo puede afirmar al igual que Abraham "Νο soy más que polvo y cenizas". Ante tal abismo solo queda el silencio y la contemplación, allí donde respira el espíritu y se acaba percibiendo el soplo ligero de la presencia de Dios. Nos basta la palabra divina que crea y despliega el misterio del ser, “La Palabra susurró mis palabras” (C. Rebora). Es cierto, no es fácil seguir los ritmos de Dios, siendo conscientes que muchas veces sus caminos no son nuestros caminos y chocan con nuestros programas.
Cubrir la cabeza con cenizas, no es símbolo sólo de muerte y fragilidad, del abismo del polvo y de la nada, sino inicio de una nueva vida. La virtud del creyente que se despliega por los caminos más profundos de la existencia de la fe, es la esperanza. Nos recordaba Ernst Bloch desde su ateísmo, “donde hay esperanza, hay siempre religión”. El profeta Jeremías utilizaba un lenguaje más propio para un pueblo que había perdido el camino, desde su fragilidad se sentía como la arcilla en manos del alfarero. No solo está la muerte presente, también el mal en el propio corazón, incluso el mal que no quiero hacer.
El Dios de Jesús, saca vida del polvo y el barro desde un amor que tiene infinitas facetas y que se da por caminos sorprendentes e inesperados. Sobre el polvo más oscuro de nuestra existencia desciende la vivificadora agua del amor de Dios: “Revivirán tus muertos, mis cadáveres se levantarán, se despertarán, exultarán los moradores del polvo; pues rocío de luces es tu rocío, y la tierra echará de su seno las sombras” (Is 26,19).
Se nos invita a un tiempo propicio para buscar las huellas de Dios, pero también a vivir cada día del año como un tiempo oportuno y de gracia para ser más sencillos y verdaderos, para ofrecer una mayor entrega a Dios y al prójimo. No tendría ningún sentido el ayuno, la oración, la limosna si no nos damos nosotros. ¿qué hemos hecho ante los hermanos que nos encontramos por el camino?, Sin Dios y el prójimo, sin nuestra entrega, cualquier celebración serían prácticas vacías sin sentido.
El reino de Dios es siempre de los que aman al pobre y están con las víctimas, ayudándoles en su necesidad. Las exigencias del amor no se reducen sólo a dar dinero, aunque sea imprescindible, sino a realizar acciones existenciales. Tenemos que descubrir la injusticia que se encierra en nuestras vidas, que encierra nuestro mundo, aprendiendo poco a poco a mirarnos a nosotros mismos y a mirar las injusticias desde los pobres, los necesitados y las víctimas.
Atravesemos la cuaresma viviendo una conversión sincera al Dios encarnado, buscando la intimidad del corazón, no sólo en la oración, también en el prójimo. Prestemos a Dios nuestras manos, nuestra voz, nuestro grito, para ser testimonio vivo, luz y fuerza para todos los hombres de hoy desde el quehacer de nuestras manos. Desde los pobres y las víctimas cobra sentido un culto nuevo en espíritu y en verdad. Ni quiero dar limosna ni sermones, quiero darme a mí mismo, para desprenderme de lo inútil y llegar ligero de equipaje hacia esa tierra de la luz y de la esperanza que abrió Jesús en su resurrección.