Lo cierto es que hoy me ha costado mucho, muchísimo despertarme y más aún, levantarme. Hay días en los que hacer el ejercicio de pasar del estado catatónico en brazos de Morfeo a la consciencia activa es todo un triunfo. Y claro, una victoria no se consigue sin antes plantar batalla al enemigo, que en esta ocasión soy yo mismo. Las estrategias de combate en ese momento de la lucha son confusas y a veces peregrinas, desde realizar un esfuerzo titánico, hercúleo y espartano, hasta motivarme a mí mismo con frases tales como “eres un adulto y tienes responsabilidades que no puedes eludir” o “si no te levantas ya, tus hijos llegarán tarde al cole y recibirás un parte por retraso del profe de turno…”
Está claro que he podido suscribir el hoy me he levantado dando un salto mortal como cantaban Hombres G, sino que más bien he seguido a Mecano con hoy no me puedo levantar… Pero desde los inicios de la humanidad, vaya usted a saber cuándo exactamente, los seres humanos tenemos que despertarnos y levantarnos, haciendo un acto de heroicidad para comenzar la jornada. Ay, dichosa frutita que comieran Adán y Eva de aquel árbol, que a partir de ahí, todo se tuvo que empezar a hacer con esfuerzo y sacrificio. ¡Mira que ir a comer justo del que no se podía comer! Si es que somos curiosos y rebeldes por naturaleza.
El paso de la sensación plácida de estar como un tronco a estar levantado es un proceso problemático, que cada uno y cada una solucionamos de la mejor forma posible, según los yos y las circunstancias de cada quisque. Por ejemplo, el elegir bien el timbre del despertador, su duración o el tipo de música que nos va a dar los buenos días es importante y puede determinar cierta inclinación a intentarlo o empezar ya con un cabreo monumental. En el mundo rural o ancestral, estaban los gallos para esa función, pero son demasiado madrugadores. También es importante la motivación personal de por qué te tienes que levantar, incluso repetirte a ti mismo que tu trabajo es maravilloso y que aportas infinitos beneficios a la sociedad. Valen mentiras y autoengaños con tal de despertarse, incluso autopromesas que sabes que no cumplirás: hoy voy a a salir a hacer deporte, dedicaré tiempo a comer despacio y de forma saludable o o iré a visitar a la tía Enriqueta, que hace mucho que no voy a verla.
Si el acto en sí de la primera conexión del día es tremendo, el tramo de ir desde la cama a la ventana a levantar la persiana es casi un acto de fe. Caminas como un zombi, seguro de que sabes el camino que acabas de iniciar, y con tambaleos y dudas, llegas a la ventana para abrirla con los ojos cerrados todavía. A veces el recorrido consiste en llegar al baño para sentarte en el real trono o para abrir el agua del grifo de la ducha. Y entonces surgen las preguntas metafísicas, porque estamos hechos para la filosofía aunque no nos demos cuenta: ¿Por qué? ¿Por qué yo? ¿Por qué tengo que levantarme?
Cuando estoy ya activo y preparado para comerme el mundo, me viene a la cabeza aquella canción de Serrat, hoy puede ser un gran día… y empiezo a darme cuenta de que así es, que si pongo yo algo de mi parte, el día puede estar bien. Porque después de mi hazaña levantándome, al escuchar la radio y ojear el móvil con su universo de constelaciones y galaxias de grupos de guasaps, mensajes, noticias….se me va bajando el umbral de la tranquilidad, para comenzar con la inquietud de las mil tareas pendientes, los problemas sin solucionar, las personas que me siguen causando intoxicación y un sinfín de razones para el cabreo, la inquietud y la desesperación. Pero si me paro a pensarlo, me doy cuenta que pese a todas esas razones, soy yo quien decide si quiero o no que eso me afecte en mi nuevo día y en qué cantidad. Es decir, que me niego a dejarme llevar por todas esas razones para empezar un día fastidiado, porque hay otras muchas que me hacen comenzar con buen pie y buena sintonía.
Porque también hay personas que me alimentan, y personas a las que puedo regalar y dar de mí. Porque tengo oportunidades de aprender, conocer y crecer en tantos ámbitos. Porque si agudizo los sentidos, hay sonidos, olores y colores que son un regalo. Porque cualquier acontecimiento vivido con sentido e intensidad puede ser una gran fiesta. Porque en cada detalle hay una poesía escondida, y en cada persona una posibilidad de encuentro. Porque puedo experimentar, probar, cambiar, incluso tengo derecho a elegir y equivocarme y empezar otra vez. Porque me encanta la música, y la conversación fluida y compartida, y una copa de vino al calor de buenas compañías.
Así que si termino el día desde esa visión, habrá sido un gran día y caeré rendido en brazos del colchón de mi cama, sufriendo por volver a despertarme y levantarme al día siguiente. Menos mal que mañana es sábado y ese sin vivir quedará algo más mitigado. O no.