OPINIóN
Actualizado 08/02/2024 09:01:25
Ángel González Quesada

“Es necesaria una revisión de los museos estatales para superar un marco colonial y visibilizar y reconocer la perspectiva de las comunidades y la memoria de los pueblos de los que proceden los bienes expuestos”. Ernest Urtasun, ministro de Cultura, 22 de febrero de 2024.

Algunos importantes museos de todo el mundo son, en realidad, “cuevas de ladrones”. Desde hace muchos años, países del llamado Tercer Mundo reclaman con insistencia la devolución de lo que pertenece a su patrimonio cultural y que les fue robado por la fuerza o la imposición. Estos pueblos, buscando su propia identidad, se sienten despojados de su pasado artístico y cultural. La historia del saqueo cultural de países enteros es una historia no solo política, que también, sino toda una entretejida red de ladrones, diplomáticos, sabios, contrabandistas o encubridores que hicieron en su tiempo causa común con el saqueo y el robo y cuyo botín se exhibe hoy en esmeriladas urnas y lujosísimas peanas en vigiladísimas salas de grandes y masificados museos de “Occidente”. Las políticas de devolución de estos bienes a sus legítimos dueños, apoyadas por la ONU con proyectos de reparación, justicia y reconocimiento de la identidad de pueblos y países, son rechazadas, cuestionadas o directamente ignoradas (y paralizado, por tanto, su cumplimiento) en la mayoría de los países depositarios, celosos no tanto de su pretendida labor cultural de custodia y exhibición, cuanto de los magros intereses turístico-económicos que tales receptaciones les procuran.

En 1984, los investigadores alemanes Gert von Paczensky y Herbert Ganslmayr publicaron un libro (del que estas líneas copian el título), Nefertiti quiere volver a casa: Los tesoros del Tercer Mundo en los museos de Europa, uno de los principales trabajos sobre el expolio de obras de arte a excolonias o países invadidos militarmente por parte de sus ocupantes o antiguos administradores. En él, después de una detallada investigación durante años, se enunciaban ya cuáles serían las principales acciones internacionales destinadas a restituir los elementos culturales a sus legítimos propietarios en base a la justicia universal y el derecho internacional. Desde entonces, han sido numerosas en todo el mundo las negociaciones, tratados y acuerdos relativos al tema, pero escasísimas las acciones concretas de devolución.

Hace pocos días, y con la acostumbrada digestión rápida con que las cuestiones culturales son liquidadas por el interés político-mediático español, el ministro de Cultura anunció que su departamento iniciará una labor de descolonización museística en España, proyecto que está recibiendo rechazos y anatemas (no tanto por intereses utilitaristas de museos, que también, cuanto por esa cutre, soberbia y anquilosada reivindicación de las esencias imperialistas españolas que desde hace algunos años nutre publicaciones e “investigaciones” pseudohistóricas que intentan recrear un relato tan irreprochable como falso de la presencia española en América, los diversos y variados robos, apropiaciones, auto- intitulaciones del “Imperio” y otras iniquidades históricas).

En España, ni siquiera ha existido la voluntad de descolonización de museos (algunos como el Museo de América de Madrid, constituyen una realidad sangrante cuya sola visita a ciertas salas debería sonrojar a cualquier sensibilidad por lo que allí se observa de rapiña, apropiación e incluso sentido de imposición y menosprecio de la cultura de países que siguen reclamando, hasta ahora sin resultados, los objetos y documentos testigos de su propia historia). Otros muchos museos como el Arqueológico Nacional y ciertos museos regionales, provinciales y municipales, nutridos de la rapiña y la soberbia apropiadora, precisan sin demora esa labor de descolonización que otorgue a la museística española la calidad y profesionalidad de que ahora carecen.

No es casual sino meridianamente explicativo, que sea la derecha política y la más inmovilista reacción la que con más inquina se opone a esta labor de reparación y justicia que quiere iniciar el gobierno español en nombre de este país, de todo este país, que necesita cierta “limpieza” en una leyenda épica que pretende justificarse con objetos que no nos pertenecen. Pero a pesar de los falsos pedestales, por encima de los cuentos para guerreros, más allá de las arengas patrioteras y la soberbia clasista, se abre ahora la oportunidad de la clarificación, no solo museística, no solo de restitución y justicia hacia gentes, países y memorias, sino de reconocernos, saber cómo fuimos y, por tanto, cómo somos, y de abrir ventanas al aire de la verdad para poder leer, sin admoniciones ni dedos en los labios, las páginas de nuestra historia.

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