La palabra Maestro, se ha convertido en el mundo taurino, en una rutina descarada y bendecida de la banalidad más estrafalaria, por aquellos, que no tienen el mínimo pudor de pronunciarla venga o no a cuento.
La palabra Maestro, se ha convertido en el mundo taurino, en una rutina descarada y bendecida de la banalidad más estrafalaria, por aquellos, que no tienen el mínimo pudor de pronunciarla venga o no a cuento. En tauromaquia; cuando no hace tanto, hablábamos de maestros, relacionábamos inmediatamente a un hombre excelso, impecable, con personalidad y apostura singular. Pudiera tratarse de apoderado, ganadero, o empresario etc. Pero generalmente la palabra maestro, se la hemos atribuido en mayor medida a un artista, en este caso, al torero genial, de indiscutible personalidad y, sobre todo a aquel que ha dejado su huella y escrito una pagina que lo une al reconocimiento histórico, por sus modos, gestos de presentarse ante el publico, al que por encima de otras legitimas causas, siempre respetó. La maestría (en cualquier faceta de la vida, y el mundo taurino no es una excepción), es un grado de perfección psíquica y profesional, casi inalcanzable y, en esto nuestro del toro, poco se puede instruir, si no se conocen las causas, incógnitas, motivos y vericuetos de la trascendencia trama torera. A quien se le reconocía por maestro era una persona elegida, por el mundo que le rodeaba con todos sus personajes, y esta proporcionaba magistrales lecciones bien galvanizadas, siendo un ejemplo, el ver como un diestro en edad, sabiduría, actitud y aptitud, gestionaba, el cómo, el cuándo y el porqué de las situaciones en la plaza y fuera de ella.
Ahora, en estos tiempos de decadencia taurina – y como señalo al principio -, la palabra maestro esta bastante – por no decir totalmente – devaluada, se suele usar con exasperante frivolidad y cualquier aspirante, que llega a esta “jungla” taurina llama maestro, a quien se le cruce por delante, lo hacen jóvenes toreros y también escribidores y aduladores; que, palmeando la espalda, le gritan “¡Que tal maestro!” “¡Buena suerte maestro!”. Son gentecilla, papanatas y pamplinosos de la más variada catadura, que buscan un amiguismo, sensacionalismo mediático no exento de un protagonismo fanfarrioso y cutre que proporciona una rebaja del significado de maestro, que, más de uno no debería tolerar. Al prestigio reconocido se llegaba por medio de la discreción, de la sencillez, de la humildad, hasta el punto de restar importancia al mérito.