CARNAVAL DEL TORO
Actualizado 03/02/2024 22:02:25
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El pregón fue pronunciado a última hora de la tarde del sábado en el Teatro Nuevo Fernando Arrabal

Autoridades, señoras y señores.

Dice un refrán castellano que “de bien nacidos es ser agradecidos” y por eso, mis primeras palabras quiero que sean de agradecimiento a la Asociación Charra del Caballo, a todos sus miembros y en especial a Custodio, que en esas frías mañanas de invierno, protegidos bajo la robusted de la encina y con la mirada atenta al paso de las torcaces, empezamos a hablar de nuestra común afición al caballo y al toro. Reconozco que en un primer momento mi “sí”, estuvo cargado de dudas, pero a medida que han ido avanzando las semanas, confieso que este pregón me ha servido para recordar momentos entrañables, para pensar en el presente y soñar con el futuro.

La presentación de Ángel da una buena idea de quién soy y de dónde vengo, pero yo también me voy a detener en ello.

Son muchos los apellidos que en Salamanca están ligados al toro de lidia y Fraile, es uno de ellos. Pero seguro que suponen, y hacen bien, que ‘Frailes’, somos muchos, desde que mi abuelo fundara la ganadería del Puerto de San Lorenzo. Posteriormente la ganadería se dividió entre mi padre y mis tíos y nos vinimos a Valdefresno, con la mitad de las vacas y los toros, que formaban la ganadería. En los últimos años se ha vuelto a dividir y mi hierro es el de José Enrique Fraile de Valdefresno, ubicado en la finca Valdefresno en Tabera de Abajo.

Desde los orígenes, nuestro encaste ha sido el Atanasio-Lisardo, predominante durante muchos años en el campo salmantino, y aunque en la actualidad, las preferencias sean otras, yo sigo con lo mismo, soy defensor de esta casta que estaba muy arraigada al Campo Charro y ha ido desapareciendo, defiendo la diversidad, hay cosas que son únicas y que no se pueden perder, y desde ese punto de vista, me siento abanderado del encaste Atanasio-Lisardo.

En Valdefresno no solo hay toros de lidia, los caballos nunca han faltado, han estado presentes en toda la historia de la ganadería, con una yeguada de Pura Raza Española de referencia, cuya sangre sigo manteniendo.

Mi padre y mi tío Luis impulsaron la Asociación de Ganaderos de Pura Raza Española, y era habitual que nuestros caballos formaran parte del ejército, la Guardia Civil o la Policía Nacional.

Con no más de seis años, todavía en el Puerto de la Calderilla, tuve mi primer caballo. Recuerdo que esa noche casi no pegué ojo, porque sabía que al día siguiente recibíamos al caballo, y no hacía más que mirar por la ventana a ver si aparecía. La sorpresa llega cuando bajan del camión un medio caballo pío, y para mí ya no hubo consuelo. Todo fueron llantos y lamentos hacia mi padre, porque pensé que me había comprado una vaca lechera que, además, tenía un ojo de cada color.

Cosas de críos, porque el caballo se convirtió en un imprescindible en la casa, dio resultado, a pesar de que ponía en aprietos a los vaqueros, lo monté durante años y a medida que fui creciendo se lo pasé a mis primos, con montura Western incluida.

La escuela de aquella época para aprender a montar eran mi padre, el mayoral y los vaqueros. Cuando andaba a gatas, ya me ataron a la montura y a partir de ahí la técnica, no era otra que montarte y agarrarte. Tenías que montar porque había que trabajar y todo se hacía a caballo. Es verdad que en aquellos tiempos el ganado estaba más manejado y era más fácil para un niño empezar a bregar con el toro.

En mi caso, siempre fui detrás del mayoral, Jesús, hombre de confianza de mi padre, que siempre lo acompañó. Mi padre, que era un gran caballista, tuvo un percance, se cayó en un chiquero con un toro dentro, con consecuencias graves, por lo que comenzó a montar menos.

Por este motivo, prácticamente desde que nací, estaba montado a acaballo

Con los caballos no había ni ocio ni paseos, ¡cualquiera tenía ganas de pasear después de días enteros subidos al caballo!

Recuerdo también, que desde pequeño, los potros los domábamos nosotros, uno o dos cada año, y que los rematábamos cuando nos íbamos a Extremadura a hacer la trashumancia. Comprenderán ustedes que los primeros días aquello costaba, aunque a media que pasaban las horas, los animales terminaban comiendo de la mano.

El mayoral era el que desbrava y luego nosotros los seguíamos. Ahora, ni se me ocurriría, después de haber domado a no menos de 20 animales a lo largo de mi vida. El miedo lo desconocíamos, pero sí conocíamos la necesidad de preparar caballos. Para nosotros era un trabajo más dentro de la ganadería y era mucha la gente de apoyo necesaria para la trashumancia y demás labores, a los que dejabas los caballos preparados.

El pío fue mi primer caballo, y Pastora, la primera yegua que domé de nuestra yeguada cuando todavía no estábamos inscritos en el libro genealógico de PRE. Luego llegaron Revoltoso, Olivete, a los que montaba mi padre, Ocioso, Bohemio y demás caballos que junto con nosotros se fueron forjando en la brega con el toro bravo. A partir de ahí, empecé a domar caballos puros, Apolo, Arenal a los dos los mató un toro, el riesgo siempre está ahí, Galileo, Mahón, cada uno con su historia, todos me han marcado, cada uno tenía algo distinto, y todos se bautizaban con nombres de pueblos de Mallorca, por la vinculación materna con la isla. Alguno, después de los años, se puede decir que ha vuelto a renacer porque hemos repetido el nombre, en honor a aquellos grandes caballos, que siempre recordaremos. Han sido caballos muy valientes, enseñando en sus cuerpos las cicatrices de las numerosas cornadas.

Echo la mirada atrás y desde un punto de vista totalmente literal, la vida la he hecho a caballo, trabajando siempre con ellos.

Cuando digo que los caballos se utilizaban para todo, de verdad que no exagero. Con los percherones y un carro se echaba de comer al ganado, el tractor se utilizaba poco. De hecho, los primeros años de trashumancia, íbamos con el percherón y el carro y allí llevábamos todas las cosas de intendencia.

No piensen en todoterrenos que no los había, íbamos por caminos interiores que unían las fincas. Diez o doce horas a caballo, los días que durara la trashumancia, era lo habitual, daba igual la lluvia o el calor, que tuvieras fiebre o estuvieras tan fresco, eso no se miraba nunca.

La trashumancia de verdad que merece un libro, que los habrá, pero mis historias hace tiempo que dejé de contárselas a mis hijas. Ponen caras raras cuando les digo que con seis años ya hacíamos estos viajes, que dormíamos debajo de un carro y que el único ganado manso que conocíamos era la vaca suiza. Desde fuera pueden parecer películas del oeste, pero era nuestra forma de vida.

Como este es el pregón del caballo, permítanme detenerme un poco más en otros nombres propios que, seguro que a muchos les sonarán, como es el de Orfebre. Tradicionalmente, el caballo español ha tenido fama de ser lento, pero nuestra línea de Orfebre nos ha dado animales con mucho temperamento, carácter, y con una condición muy dura para el trabajo, daba igual a quien pusieras a su lado, eran caballos que servían para nuestra forma de vida.

El toro exige mucho, la presión que tienen los caballos es grande y llega un momento, que si no tuvieran un gran corazón, se acabarían defendiendo.

A día de hoy, este tipo de caballo sería más complicado, porque necesitaban que se montaran prácticamente a diario. El tipo de caballo actual es más tranquilo, con otro carácter.

A las personas nos pasa lo mismo, si nos paramos a pensar fríamente. Hay momentos en el que es cuestión de vida o muerte imponerte al caballo y al toro, tus dudas y miedos se los transmites al caballo y si te dejas medir, el siguiente que te mide es el toro. Para andar con los caballos entre los toros hay que ser valiente, hay que tener un valor frío y tener conocimientos.

Después de tantos años, he coincidido con mucha gente, personas muy valientes grandes caballistas, ya que en la brega con el toro es necesario tener al lado a una persona en la que puedas confiar. Cuando me preguntan si tengo miedo, siempre respondo que cuando estás metido en faena ni lo piensas, buscas un objetivo y una función, tienes que estar pegado al toro y por encima del toro y del caballo.

Seguimos utilizando los caballos para apartar el ganado, para los saneamientos, para mover los toros, pero soy consciente de que cada día se monta menos y eso es un problema. En 10 o 15 años, cuando pase nuestra generación, no va a ser lo mismo, antes tenías en cualquier finca cuatro personas que montaban a caballo, ahora eres tú y el mayoral, y mis hijas que me ayudan en verano, por eso hay que estar preparado.

La evolución de las ganaderías desde el punto de vista del manejo está ahí, mi finca está preparada para que el día que no monte se puedan hacer las cosas de otra manera, pero la verdad es que a mí me gusta seguir haciendo todo a caballo, continuar con la tradición, ya que es una de las labores más satisfactorias que hay en el campo.

Ahora podremos ver un video de la finca. (VIDEO)

Hace tan solo unos instantes, he dado algunas pinceladas sobre la trashumancia, obligatoriamente ya se ha colado algún párrafo, pero creo que esas experiencias bien merecen un apartado de este pregón.

(Foto 1)

Los viajes más largos los hacíamos a Extremadura, a fincas de Moraleja, Zarza, Alcántara y otros muchos lugares, y quien conozca ese magnífico puente romano de Alcántara, sobre el rio Tajo, podrá comprender que era un auténtico espectáculo pasar por allí con 600 cabezas de ganado bravo después de siete u ocho días de viaje.

Esos viajes nos han llevado por el Puerto de Perales, por el Puente del Villar, o nos han obligado a cruzar el Águeda por Ciudad Rodrigo, en alguna ocasión, todos a nado por la cantidad de agua que traía el río.

Por el Puerto de Perales tenían que subir las vacas de una en una y cuando todavía estábamos en La Fatela, ya estaba arriba la primera vaca.

El cocinero oficial durante muchos años en esos viajes trashumantes fue Lin, amigo íntimo de mi padre, propietario del Casino de Tamames y compañero de fatigas. En uno de esos viajes, Lin nos estaba esperando al lado del rio, bajo el puente del Villar, diciéndome que había estado toda la mañana pescando cangrejos y que con ellos hacía la sopa, para mí esa sopa fue la más rica que había comido en mi vida. Tuvieron que pasar muchos años para que me enterara que la sopa era de sobre.

Casi siempre dormíamos en el campo, a la brigada del carro o debajo de una encina, algún día si se complicaba la jornada, y no llegabas a la dormida, que siempre tenía preparada mi padre, teníamos que hacer noche rodeando al ganado, montados a caballo.

Las funciones del grupo estaban perfectamente divididas, el mayoral iba guiando la manada, los vaqueros arreaban al ganado y se preocupaban de que no se quedara ningún animal, los pastores, en algunas ocasiones nos echaban una mano. Era un viaje duro, los callos no faltaban en las piernas y a veces nos tenían que dejar caballos de apoyo porque se habían rozado los nuestros.

En una de esas ocasiones en las que hicimos noche muy próximos a la frontera de España con Portugal, en Monfortinho, por la noche se pasaron el río un montón de cabezas, es decir, se fueron de España a Portugal.

Por la mañana comenzamos a buscarlas, con tan buena suerte que aparecieron los guardinhas y nos tomaron por cuatreros, con la intención de detenernos. Al final, y no con poco esfuerzo, les tuvimos que convencer de que el ganado era nuestro, casando el hierro de cada animal con los hierros de las monturas y las mantas estriberas, pero es que en aquel momento, viajábamos con animales de cuatro o cinco hierros distintos. Al final se convencieron y nos dejaron ir. A pesar de que parezca que esto solo pasaba en las películas de John Wayne, les prometo que son historias de la vida real.

La vuelta se hacía ya con los caballos en camiones y siempre nos quedábamos algunos para recuperar los animales que se hubieran podido quedar por el camino, y que se iban dejando por los distintos embarcaderos. Lo que suponía más días de viaje.

En un lugar de la so campana mirobrigense, de cuyo nombre no quiero acordarme, quedó un novillo pero nadie había visto nada, no nos dijeron su paradero. Como el mundo es un pañuelo y al final todo se sabe, cuando ya dábamos el novillo por perdido, nos informaron que lo tenían guardado en ese pueblo para sacarlo en las fiestas, que estaban próximas. Nos presentamos con la Guardia Civil pero no hubo solución, cualquiera les quitaba ya el novillo.

El camino que hacíamos a Extremadura lo tenía grabado, lo podía hacer con los ojos cerrados: prado por prado, finca por finca, portera por portera. También hacíamos varios viajes entre las fincas de Salamanca, podíamos hacer cambios hasta cuatro veces al año. Estos viajes solían durar un día.

La trashumancia se dejó de hacer por la forma de vida, por la burocracia, la sanidad, la falta de libertad de movimientos, los saneamientos. Todo eso, y seguro que algo más, lo hace inviable a día de hoy.

Pero es así, forma parte de la evolución, igual que cambiamos el percherón por el tractor, cambiamos el caballo por el camión y así dejamos atrás la trashumancia.

Con estas historias del pasado, me cuelo en el presente, que ya es futuro. Un futuro que pasa por mis tres hijas: María, Vega y Beatriz, unas enamoradas del campo, entendidas y que desde pequeñas ayudan. Ellas saben, porque en el campo es a lo que estamos enseñados, que nuestra vida es luchar, sufrir y disfrutar.

La ganadería pasa por un buen momento. El trabajo está dando sus frutos, y lo llevamos a nuestro concepto del toro bravo, con las características que buscamos, como la bravura, nobleza, clase, transmisión y demás.

Es ilusionante poder preservar un encaste histórico como es el de nuestra ganadería, y además de conservarlo poder verlo en las plazas. La tauromaquia es diversidad, emoción y costumbre, y es deber de los ganaderos mantenerlo vivo.

Nuestra ganadería es una clásica de Madrid, muy valorada en Francia y en aquellos cosos donde se da importancia al toro.

Esta temporada pasada tuvimos la oportunidad de volver a la Glorieta, y fue realmente esperanzador. En el futuro cercano esperamos seguir cumpliendo objetivos con la mejor actitud posible, afrontando las dificultades, pero siempre con ilusión, porque el Toro es mi vida.

Mi carácter es optimista. Me gusta el toro, el caballo y el campo y vivo por y para ello. Me parece que ir a una plaza y ver a un hombre enfrentarse a un toro es una de las cosas más bonitas y especiales que hay en la vida.

Esto es una escuela de vida, queda muy lejos la historia de Bambi, aquí hablamos de la vida y de la muerte, de dureza y de satisfacciones, y nadie te regala nada, por eso cuando las cosas te salen bien, lo agradeces mucho más. Creo que somos unos privilegiados por vivir en contacto directo con la naturaleza, el toro y el caballo.

Y llegados a este punto, y como si de una señal se tratara, me nombran pregonero de la Asociación y unos días después se confirma que mis novillos estarán en el Carnaval del Toro. Lidiar en Ciudad Rodrigo me llena de orgullo y satisfacción.

Estoy muy ilusionado, esa es la verdad, lidiar en casa te gusta pero te carga de responsabilidad ya que quieres que te salgan las cosas bien y poder compartirlo con tu gente. El marco de esta plaza, es espectacular, es mucho más que tablones y puntas, es sabiduría popular, es algo único.

Como ganadero traje un encierro en el año 2015, disfrutando de la capea con ese sabor añejo a cargo de los maletillas. En mi opinión, el Carnaval del Toro no ha dejado de crecer, cada vez tiene más prestigio, en esa perfecta conjunción entre el festejo popular y la parte más seria.

Para cualquier salmantino, y más si estás relacionado con el mundo del toro, el Carnaval es especial. Mis primeros recuerdos están asociados al disfrute con amigos, no nos perdíamos uno, pero no solo desde el punto de vista de la fiesta, siempre me han gustado los encierros, las capeas y los festivales.

Soy ganadero del Bolsín Taurino y no son pocas las ocasiones en las que nuestras vacas han venido para ser tentadas por los jóvenes aspirantes, la última, el año pasado, siendo un Bolsín especial para la familia, ya que lidiamos todos los Frailes.

Aquí los cambios también han sido sustanciales con el paso del tiempo. Atrás quedaron las vacas toreadas, utreras en puntas de retienta.

Mi primer contacto con el Bolsín fue en el Puerto de la Calderilla y a partir de ahí, ha sido una constante, es una de las fechas que tienes en el calendario y considero que nos da prestigio como ganaderos y como provincia.

Quiero terminar este pregón hablando del campo. De cómo, poco a poco, hemos ido abriendo las puertas de nuestras fincas para que se conozca lo que hacemos, nuestra forma de vida. La experiencia nos dice que todo aquel que descubre el toro en el campo, automáticamente deja atrás ideas preconcebidas.

En nuestro caso, después de unos años trabajando esta experiencia, son mis hijas las que enseñan la finca y está siendo muy positivo desde todos los puntos de vista. Además, ellas tienen la perspectiva de la juventud, una visión más moderna y actual.

Y es que ellas son el siguiente paso, igual que yo seguí los pasos de mi padre y di continuidad a su trabajo. Con ellas va a suceder lo mismo.

Es una ilusión saber que tienes a alguien que va a seguir trabajando, que hay relevo, algo no tan sencillo en el campo actual. Ellas tienen su criterio, su tipo de toro, lo han mamado en su educación y yo estaré ahí para apoyarlas. Están preparadas, más que de sobra, para continuar.

Y con estas palabras de esperanza en el futuro, termino este pregón, no sin antes decir: ¡Viva el Carnaval y viva Ciudad Rodrigo!.

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