Los españoles se manifiestan hartos de la crispación. Esa crispación que, por el bien de todos, algunos llevamos meses e incluso años denunciando y reclamando el cese de la misma, sin ningún éxito. El último barómetro del Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS) revela lo obvio y pone cifras a tal descontento con su encuesta sobre los hábitos democráticos, en la que incluye preguntas sobre la democracia, el sistema político en España y el grado de satisfacción del ciudadano, al respecto.
Según el CIS, los españoles están hartos de la crispación y casi un 90% piden que los partidos lleguen a consensos en temas de política nacional. El 93,2% piensan que se deberían tomar medidas frente a la actual crispación. El 54% ve la situación política general de España mala o muy mala y se sienten muy preocupados por ello. La crispación genera preocupación.
En nuestro artículo del 11 de noviembre del pasado 2023 hablábamos, en esta misma columna, de la polarización del mundo actual y de la política española en particular. De allí para acá, ha arreciado la radicalización y la crispación política hasta alcanzar niveles preocupantes, máxime, cuando se viste teñida de tintes sociales. El peligro de una estrategia de crispación es que se pasa a un estadio de tierra quemada en el que se hace imposible el diálogo. Cuando en la confrontación política aparece la crispación, resulta casi imposible dialogar sobre cualquier cosa y, especialmente, sobre la política, que es la encargada de resolver los problemas de la ciudadanía.
Los conceptos de polarización, radicalización y crispación, forman parte intrínseca de la sociología política. Aunque, en la práctica, hay diferencias significativas entre ellos. La polarización, en grado moderado, puede ser positiva cuando es en pro de aportar algo, de clarificar y de avanzar. Pero, ojo, la polarización suele llevar a la crispación y esta ya se instala en el enfrentamiento, en la imposibilidad de llegar a acuerdos, en ver al otro como enemigo a batir y, consecuentemente, perseguir su destrucción política y hasta personal, deshumanizándole, invocando su muerte. Desde la crispación se entra, fácilmente, en el terreno del odio.
Lamentablemente, hoy día las buenas palabras, la corrección, lo políticamente correcto, no tiene ningún valor, solo se valora la hipérbole, el exabrupto, la barbaridad, el insulto, la destrucción del otro. Parece que todo vale. No existe el mínimo espíritu por mantener alguna de las esencias de la democracia, como son la colaboración y los espacios compartidos. La clase política, aunque unos más que otros, está instalada en ese ambiente de crispación y, con su actuación continuada, arrastran a la ciudadanía a esos comportamientos en los que no hay margen para la opinión y el debate sosegado, para una convivencia en paz.
En mi opinión, creo que el ambiente de crispación que se está dando es el mayor ataque a la democracia, llevado a cabo por quienes viven de ella y, además, tienen la obligación de defenderla y fortalecerla. En estos momentos, el foco que genera más crispación en España es el de la amnistía al intento de independencia de Cataluña que se llevó a cabo en 2017 (procés) pero hay otros muchos asuntos y problemas importantes que requieren de la atención de nuestros políticos.
El citado informe del CIS revela que, para el 86,1% de los ciudadanos españoles, es muy o bastante importante y creen necesario, que los principales partidos como PSOE y PP lleguen a grandes consensos y pactos de Estado sobre asuntos de política nacional, tales como: reforzar la lucha contra la violencia de género, una fiscalidad justa, la reforma del Estatuto de los Trabajadores, la renovación del Consejo General del Poder Judicial (CGPJ), la política exterior o el cambio climático. A lo que yo añadiría y estoy seguro que mucha más gente, el secular pacto de Estado pendiente en Educación. Al respecto, el 89,8% opina que los partidos tienen la obligación de llegar a consensos sobre esos temas importantes que tanto afectan al ciudadano y a la reputación del país.
Esta primera investigación del CIS sobre los hábitos democráticos de los españoles, también indica que el 87,7% de ellos consideran primordial desinflar, bajar el tono del debate público. Y reclaman a los políticos que dejen la bronca, que se calmen y que se centren en los temas importantes que afectan a la ciudadanía. La crispación es una enfermedad que hace imposible el diálogo, los acuerdos, el consenso y, consecuentemente, es como un cáncer para la democracia.
Otro aspecto importante relacionado con la crispación que creo oportuno traerlo a colación es el de la Ética Pública. Esa que se les presupone a los políticos y que analiza los criterios para ver cómo conseguir que las regulaciones, políticas, tácticas y prácticas públicas, contribuyen al bien común, a través de una justicia social e integradora de la diversidad humana y cultural. Con frecuencia, la falta de consenso político desemboca en chapuzas legislativas que generan confusionismo y hasta desprotección al ciudadano.
La crispación que domina la política española actual, exige un esfuerzo de moderación a todos cuantos intervienen en ella. Encontrar la manera de no ofender, tender puentes y recomponer relaciones, no es tarea fácil, porque requiere aptitudes y actitudes que son tan necesarias como infrecuentes. Pero eso es, precisamente, lo que hace falta. La opinión de cada uno y de grupo debe ser respetuosa con las personas, aunque se critiquen sus actos.
Les dejo con Sergio Dalma y La Vida:
https://www.youtube.com/watch?v=pQkAGGX7Js4
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© Francisco Aguadero Fernández, 2 de febrero de 2024