CARNAVAL DEL TORO
Actualizado 01/02/2024 22:20:13
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El pregón fue pronunciado a última hora de la tarde del jueves en el Teatro Nuevo Fernando Arrabal

Ven a ver Ciudad Rodrigo, forastero.

Ven a ver esta enigmática ciudad.

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Aquí el silencio es más intenso, rodeado de charangas.

Y serás devorado por un monstruo con miles de cabezas.

Cabezas con ojos de diferentes colores, que se cuelan por todas las calles.

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A través de ellas, el monstruo se ha alimentado y ha crecido hasta convertirse en un gigante con tanta hambre que empieza a tener ganas de devorarse a sí mismo.

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El Carnaval es un monstruo con miles de cabezas.

Este pregón está dedicado a todas ellas.

Y tú eres una de ellas.

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PREGÓN EN TRES TERCIOS

PRIMER TERCIO | TERCIO DE VARAS

Hay recuerdos que se guardan bajo llave.

Hay recuerdos que se pierden para siempre.

Otros se convierten en fotografías en blanco y negro colgadas en la pared de un bar.

Rectángulos de melancolía.

Personas que estuvieron aquí antes que tú y se burlan de tu insignificancia.

Hasta que una charanga comienza a repetir las mismas notas que escucharon los abuelos de tus abuelos.

Notas que perforan el estómago. Que queman por dentro. Que te matan y te resucitan.

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Todas las brújulas comienzan a señalar una ciudad dormida, aletargada en el frío castellano.

Un frío que congela sus entrañas y la destroza por dentro.

Un frío que la mata suavemente.

Pero en su lenta agonía, su débil corazón de piedra vuelve a sentir el calor de febrero.

Y una campana vuelve a latir. Y el monstruo despierta.

Y las notas que escucharon los abuelos de tus abuelos flotan de nuevo en el aire para que dejes de tener frío en los huesos y comiences a tener calor en la sangre.

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Y volvemos a ser ángeles caídos.

Y esta tierra vuelve a ser nuestro paraíso perdido.

Y ya no duele el abandono, ni el olvido. Al menos por unos días, hasta que la campana se apague.

Cuando la campana deje de sonar, las notas que flotan en el aire se evaporarán de nuevo.

Pero qué importa. A nadie le importa. Ahora nada duele.

Ahora, la sangre que mana de las piedras de esta ciudad se bebe como el vino que corre por todas sus calles.

Vino y sangre. Ritual sagrado.

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Un año más, los dioses paganos mancillan la santidad de esta santa tierra.

Un año más, volvemos a ser la capital de todos los pecados capitales.

Y con una máscara en la cara nos atrevemos a mirar a los ojos a Dios.

Y le invitamos a compartir nuestra bota de vino.

Ése es el secreto del Carnaval.

Ésa es la razón por la que somos adictos a él.

Porque el Carnaval nos convierte en dioses.

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Divinidades procedentes de todos los infiernos.

Cuerpos en trance en una danza ancestral que se pierde en las raíces del tiempo.

Monstruos que salen de su letargo y se liberan de la prisión en la que nunca debieron dejarse encerrar.

Y gritan, con voces que provienen de los abismos más profundos del alma.

Gritos oscuros.

Gritos que atraviesan un cielo plagado de globos naranjas.

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Ejército de zombies. Muertos vivientes cada día del año en sus trabajos, en sus casas, en sus sofás.

Zombies que no eligieron ser zombies, pero tampoco hicieron nada por evitarlo.

Zombies que despiertan cada vez que suena esa campana.

Y la sangre vuelve a correr por sus venas.

Y sus dientes se afilan de nuevo, ansiosos por probar el sabor del pecado.

Y la luz vuelve a cegar sus ojos.

Y un pañuelo naranja sacude las telarañas de sus entrañas.

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Pero ser dioses no es tan fácil. Requiere sacrificarlo todo.

Dejar atrás la vida en la tierra y pensar solo en la vida del cielo.

Un cielo que huele a arena, madera y pis.

Un cielo en el que nada es lo que parece.

Los idiotas se creen sabios y los sabios parecen idiotas.

Y en medio del caos la cordura no es necesaria, por eso matan la voz de su conciencia.

Y sin conciencia dejan de ser humanos, pero tampoco llegan a ser animales.

Porque los animales no pecan.

Porque los animales no aspiran a ser dioses.

Y sin ser hombres ni animales se pierden en ese limbo que queda entre el infierno y el cielo.

Un purgatorio de almas perdidas, rodeado de murallas.

Una ciudad antigua, noble y leal.

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Criaturas de distintas madres con el mismo rostro desencajado

Conviven y sobreviven con una venda en los ojos y un sálvese quien pueda en el horizonte.

Porque cuando todos los relojes se paran, la medida del tiempo es el fondo de un vaso.

Y allí, en ese fondo, hay una paz ficticia; una tormenta disfrazada de calma.

Un agujero negro de heridas que nunca llegan a curar.

Un foso que ningún Mariscal Ney podrá atravesar.

Pero qué importa el golpe, si la caída es placentera.

Tal vez la vida no sea más que eso, una eterna caída,

Un viaje hacia un abismo lleno de cristales rotos.

Pero los ángeles no caen.

Excepto uno.

Solo Lucifer fue arrojado hacia el abismo así que, después de todo,

Quizá no nos hayamos convertido en dioses, sino en demonios.

FIN DEL PRIMER TERCIO

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SEGUNDO TERCIO | TERCIO DE BANDERILLAS

Blanca. Negra. Gris. Roja.

Impertérrita, como un ciego ante el rostro del diablo.

La luna recorre el mundo en un eterno viaje a través de montañas, ríos y ojos envidiosos.

Siempre girando. Siempre quieta.

Creciendo. Menguando. Volviendo a crecer.

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Armonía de misterios que bailan cada noche en una danza maldita que arrebata la esperanza de un mañana.

Ciudad Rodrigo descansa sobre su altar de piedra y alza la vista al cielo para contemplar la luna.

Esquiva y pretenciosa. Traidora y arrogante.

La luna siempre tiene una altivez siniestra, ignorando con desdén los lamentos de la ciudad de piedra.

Triste, amarga y remota luna. Tan oscura y tan clara. Tan redonda y tan pura.

Noche tras noche escucha el rumor de los arroyos.

Arroyos de sangre de corazones tristes que van grabando en su rostro una maraña de sombras.

Nadie sabe cuánto dolor es capaz de encerrar una lágrima.

Ni siquiera ella, a pesar de ser tan antigua que todas las noches del mundo se pierden en su cara oculta.

Muy antigua. Poco noble. Nada leal.

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La reina de la noche alberga en sus pupilas el brillo de un amanecer que nunca llega.

El Águeda la mece, complacido, entre sus aguas. Y la cúpula de una catedral se estira hacia el cielo como un dedo desesperado que intenta alcanzar lo inalcanzable en un esfuerzo vacío que se ahoga en un océano de tiempo.

Y así pasan los minutos, las horas, los días, los años, los siglos… la vida.

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Luna y río, piedra y sombra, noche y muerte, se funden en una sinfonía inacabada compuesta por un destino que perdió su rumbo hace tiempo.

Pero una terrible criatura habita en el interior de la lúgubre luna de febrero.

Una pasión oscura que germina entre sus huesos de basalto y los resquebraja.

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Incomprensiblemente, algo muta en lo inmutable.

Ciudad Rodrigo se vuelve a vestir de Carnaval.

Al verla desde el cielo, la sombra de una envidia se posa en un instante, casi imperceptible, en los ojos de la luna.

Amanece. Anochece. Amanece.

Pies cansados. Mirada perdida.

Ir de un lado a otro intentando explicar lo inexplicable.

Llorando sin lágrimas. Sangrando sin sangre.

Sin rumbo, en un bosque de esperanzas y lamentos,

Entre seres extraños que parecen estar hechos de la sustancia con la que se hacen las mentiras.

Criaturas atrapadas en un laberinto de ron barato, reguetón y bolsas del Mercadona.

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Veo ojos que me miran. Y el fuego y el hielo se funden. Y el cielo se aleja.

Y el reloj avanza y retrocede a su antojo. Un reloj de arena y de máscaras vacías.

Un hormiguero de desesperanza.

Una marea de ovejas pintadas de negro.

Un ejército de clones armados con vasos llenos.

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Hay corazones impermeables a la alegría.

El silencio es más intenso rodeado de charangas.

Y todo está más oscuro bajo la tapa de un váter.

Se oye un susurro, un lamento, un grito. Pero se ahoga entre mil gargantas. Y se deja de oír.

Y la ciudad gris deja de ser gris.

Y la ciudad gris se pinta del color del Carnaval.

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El color del Carnaval es azul. Como el frío. Como el hielo. Como el cielo castellano en el que flotan los lamentos que el viento de febrero se encarga de hacer desaparecer.

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El color del Carnaval es amarillo. Como la historia. Como el tiempo.

Como la arena de una plaza atrapada en una época que no le pertenece.

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El color del Carnaval es verde. Como la esperanza de un mañana que nunca va a llegar.

Como la envidia de la luna al ver una ciudad que usurpa su trono en mitad de la noche.

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El color del Carnaval es rojo. Como la sangre. Como mil corazones latiendo a la vez.

Como el infierno al que van las almas que se pierden en tus calles.

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El color del Carnaval es negro. Como la noche. Como la muerte.

Como un toro que te mira a los ojos fijamente.

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El color del Carnaval es naranja. Todo naranja. Un océano naranja.

FIN DEL SEGUNDO TERCIO

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TERCER TERCIO | TERCIO DE MUERTE

Un escalofrío sube por la espalda a golpe de campana.

Una campana que parece venir de algún lugar atrapado en el tiempo.

Y de ese mismo lugar aparecen unos seres mitológicos que no miran a los ojos de la gente.

Que corren hacia adelante en el espacio y hacia atrás en el tiempo.

Y las calles se inundan de vértigo.

Y la muerte pasa a mi lado vestida de negro, con dos guadañas blancas capaces de segar la vida de quien se cruce en su camino.

Pero la muerte también tiene miedo.

Miedo de correr y no saber hacia dónde.

Miedo de olvidar el olor de la dehesa.

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Somos compañeros de viaje en una carrera sin retorno.

Pero la historia puede estar equivocada.

A veces los buenos no son tan buenos, ni los malos son tan malos, ni los toros son tan negros.

Nos creemos dioses y somos simples marionetas ciegas, incapaces de ver los hilos que nos sujetan.

Toro y ciudad se funden en una danza hermosa y cruel.

Una danza hermosa.

Una danza cruel.

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Una pezuña acostumbrada al dulce y suave tacto del barro pisa por primera vez el duro y áspero asfalto de una calle que conduce hasta un altar de madera y clavos.

Un altar en el que se venera a los dioses.

Un altar en el que se hacen sacrificios.

El tiempo tiene el poder de convertir la locura en tradición.

De convertir un animal en un ser mitológico.

De dar sentido a la tragedia.

Y ocurre lo inevitable.

Un cuerno desgarra piel, tendones, órganos y tejidos.

Gritos en el tablao.

Angustia efímera, que no cala.

Angustia que se limpia con un simple pasodoble.

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El Carnaval es vivir siempre al borde del abismo.

El Carnaval es creer que al final todo termina.

El Carnaval es rezar a quien no quiere escucharnos.

El Carnaval es volver a una calle sin salida.

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El Carnaval es sentir que ya no somos humanos.

El Carnaval es temer que no volvamos a serlo.

El Carnaval es romper las cadenas del presente.

El Carnaval es vivir antes de que hayamos muerto.

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El Carnaval es caer en un agujero oscuro.

El Carnaval es volar por encima de la luna.

El Carnaval es subir hacia un cielo imaginario.

El Carnaval es bajar hacia un infierno de dudas.

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El Carnaval es tocar la campana centenaria.

El Carnaval es bailar una danza ya olvidada.

El Carnaval es reír con la gente que te quiere.

El Carnaval es llorar por la gente que te falta.

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El Carnaval es viajar a mil lugares extraños.

El Carnaval es volver a casa cuando tú quieras.

El Carnaval es tachar los días del calendario.

El Carnaval es contar las noches que no recuerdas.

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El Carnaval es mirar a los ojos a los dioses.

El Carnaval es gritar al viento cuando te duela.

El Carnaval es amar todas las vidas que vivas.

El Carnaval es odiar todas las muertes que mueras.

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El Carnaval es atar un pañuelo a tu garganta.

El Carnaval es cantar “forastero, forastero”.

El Carnaval es cruzar un océano naranja.

El Carnaval es lanzar ochomil globos al viento.

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El Carnaval es un Toro que te mira fijamente.

El Carnaval es la arena de una plaza de otro tiempo.

El Carnaval es la puerta de un toril que queda abierta.

El Carnaval es un cuerno que te atraviesa por dentro.

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El Carnaval es volver hacia el origen del tiempo.

El Carnaval es cerrar tus ojos y tus heridas.

El Carnaval es perder todo aquello que recuerdas.

El Carnaval es ganar todo lo que se te olvida.

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El Carnaval es correr y subir a la muralla.

El Carnaval es tirar al foso todas tus penas.

El Carnaval es flotar en un mar de tentaciones.

El Carnaval es hundirte en una dulce condena.

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El Carnaval es sangrar con la sangre de otra gente.

El Carnaval es llorar con lágrimas de mentira.

El Carnaval es morder la mano que te alimenta.

El Carnaval es sentir que hay que devorar la vida.

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El Carnaval es tirar el reloj a la basura.

El Carnaval es pegarle a tu mente una paliza.

El Carnaval es vivir lo más rápido que puedas.

Y saber que el fin del mundo es miércoles de ceniza.

FIN DEL TERCER TERCIO

FIN DEL PREGÓN EN TRES TERCIOS

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