Elevo en el incienso de la ofrenda
la súplica nacida de mi alma
que atienda un murmullo inexplicable
con nada que no sea la poesía.
Me postro ante la página y me apago
cerrando con mis ojos esta noche
oscura que quedó en el mañana
fijada con su clavo a un sueño.
Y dejo en una estrofa una moneda
que page con su peso una tasa
sin precio en el valor de la inocencia.
Y espero en el trabajo de mis manos
que llegue a mis labios la palabra
que diga lo que escribo sin saberlo.