OPINIóN
Actualizado 18/01/2024 08:04:00
José Luis Puerto

El pasado diciembre de 2023, se cumplían cien años del nacimiento del artista catalán Antoni Tàpies (1923-2012). Decir a estas alturas que estamos ante uno de los grandes creadores plásticos contemporáneos es caer en lo obvio. Es así, sin duda. Pero es más.

Antoni Tàpies, a través de su pintura matérica, de esos trazos que proceden de las pulsiones psíquicas más hondas del ser, de ese tachismo, de esos signos tan enigmáticos (la cruz, la equis, la A, la T…), de esa incorporación de las telas bastas, de las arpilleras, de las mantas desgastadas por el uso, de los cordeles y maromas, de los catres y somieres derrotados, de los armarios abiertos, de las hileras de platos, de los muros leprosos… y de mil procedimientos más que aparecen en sus cuadros, o en sus esculturas, está creando un nuevo tipo de belleza.

¿De dónde procede tal belleza? ¿De qué índole participa? Lo humilde, lo mil veces usado, manoseado, conocido, tocado, palpado, desgastado… accede a otro espacio, el del cuadro, el de la escultura, porque el artista lo dignifica y nos lo devuelve de otro modo, lo ilumina, para que comprendamos, para que advirtamos cómo lo cotidiano, lo de todos, lo aparentemente degradado… nos salva.

Es un arte, por ello, al tiempo que estético, de una clara índole moral. Pues parte de la observación de la realidad y la transforma, dignificándola e iluminándola, al tiempo que, por ello, nos ilumina a todos.

Pero es que Antoni Tàpies es, además –lo mismo que su amigo, el poeta José Ángel Valente–, un artista de futuro. Su propuesta creativa sigue viva y sus significaciones crecerán e implicarán a quienes nos sucedan.

No podemos ahora detenernos en esa otra faceta del artista catalán como teórico del arte y, más aún, como contemplador del arte, en libros tan hermosos como La realidad como arte. Por un arte moderno y progresista (1989), o El arte y sus lugares (1999), una suerte de museo imaginario del artista; así como su indagación autobiográfica en Memoria personal. Fragmento para una autobiografía (1977). Como tampoco aludir a esa aventura tan hermosa, junto con otros artistas catalanes, de la edición de la bellísima revista –una obra de arte en sí misma y en cada uno de sus números– de Dau al set (1948-1951).

Y, sí nos es necesario aquí, traer esos nombres que, porque han desarrollado una hermenéutica polifónica en torno al artista, nos han ayudado a comprender a Tàpies, a captar su belleza y su moralidad, a entender que por él pasa un arte nuevo que nos dignifica.

Juan-Eduardo Cirlot, el querido José-Miguel Ullán, José Ángel Valente, la propia María Zambrano… Sobre los que podríamos decir tantas cosas.

Pero escuchemos las propias palabras del artista, las propias palabras de Antoni Tàpies: “En los últimos años, en efecto, advertimos que el arte necesita acogerse de nuevo a la sombra de lugares en cierta manera “santificados”, en una acepción que no es exclusiva de las instituciones religiosas y que puede estar también muy ligada a la tierra, … al sanctum interior o, como se ha dicho, “el lugar intocable, que es tan importante para la continuación de la especie humana”.”

El arte como belleza, el arte como moralidad, el arte como santificación, el arte como ecología…

¡Antoni Tàpies!

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