Estos días post navideños he dedicado algún ratito que otro para volver a empaquetar los adornos de guirnaldas y bolitas, con la nostalgia consabida de algo que termina y hasta dentro de un año no vuelve a empezar. Voy guardando con cuidado las figuras del Belén, casi con mimo, y me he detenido en volver a contemplar las figuras de Melchor, Gaspar y Baltasar con sus cofrecitos y cajas supuestamente llenas de oro, incienso y mirra. ¡Quien pillara aquellos presentes! Y me han dado ganas de dejarlos expuestos en el salón de casa durante los próximos meses, pero una voz interior me ha susurrado que los guarde hasta mejor ocasión, junto a las voces de mi familia, que me han dicho de forma menos suave, que me deje de historias, que ocupan sitio y se llenan de polvo. ¡Ay, mis queridos magos de Oriente!
Pero mi corazón de niño sale a relucir y quisiera pedir a esos magos de tierras tan lejanas algo para todos nosotros y nosotras, ciudadanía del año dos mil veinticuatro, que creo que necesitamos y no logramos tener. A ver si damos un empujoncito a los reyes magos y ponemos algo de nuestra parte para que sea posible:
El Oro de valorar a cada persona como un tesoro, de saber que cada ser humano es una historia sagrada que merece todo el respeto en todas sus dimensiones, desde su opción política, sexual o religiosa, sus preferencias y sus necesidades. Sabiduría para descubrir que no todo lo que reluce es oro, que hay gentes y grupos que engañan, mienten y manipulan a costa de nuestro buenismo, que casi roza el tontismo. Oro de poner en el centro al ser humano, venga de donde venga, con papeles o sin ellos, con enfermedades o sano.
El Incienso de una vida que “huela” a alegría, siendo así perfume atrayente, fragancia creíble y aroma delicioso, que invita a vivir cada acontecimiento y cada encuentro como una auténtica fiesta. Que razones para la queja, el lamento y el enfado tenemos muchas, por eso necesitamos la sabiduría para contrastarlas y minimizarlas. El incienso de aprender a ser feliz con lo que se tiene y con lo que es, sin ser conformista o resignado, pero aprendiendo a disfrutar de lo que está a mano.
La Mirra de las relaciones auténticas, más allá de las apariencias, postureos y los convencionalismos, hecha de gestos y detalles, agradecimientos y de la capacidad de pedir perdón y perdonar, como un buen aceite que sana y repara, que cuida a las personas y que ayuda a estrechar lazos. Una mirra que nos haga ser un poco más simpáticos y menos bordes, más empáticos y sensibles, más comprensivos y menos voceras.
Quizá lo que pido a los magos sea mucho, pero contra el vicio de pedir, sus majestades verán…. Lo cierto es que miro la bola del mundo y voy reconociendo tantos países donde sus habitantes viven la muerte y el terror, producida por bombas, balas y los intereses de unos y otras. La guerra como negocio incluso de los que dicen que quieren la paz. Y la violencia en tantos países en forma de discriminación por cualquier motivo, de tantas formas de abuso hacia las mujeres, de tantas formas “civilizadas” de control, sometimiento y esclavitud. Y en nuestros civilizados países de Occidente: personas solas, en sus casas o viviendo en la calle, estigmatizadas por sus enfermedades mentales o por un pasado que nadie ayudó a sanar. Enganchadas a drogas, medicinas, redes y autoimágenes de querer ser lo que no se es porque así serás más.
Con todo este panorama, entiendo que sus majestades de Oriente, además de Oro, Incienso y Mirra nos puedan traer un poco de carbón, y no del de caramelo precisamente, pero esta es mi petición para este año. Por pedir, que no quede.