OPINIóN
Actualizado 11/01/2024 07:52:43
José Luis Puerto

Miramos para otra parte. Evadimos como sociedad problemas que sufren no pocos de nuestros conciudadanos. La gobernanza se ve impotente para abordar ese derecho de todos a tener una vivienda digna, pues los intereses económicos, tan poderosos, poseen más poder e influencia que la propia acción política.

Estos pasados días de las fiestas navideñas, los medios de comunicación transmitían imágenes de abundancia, boato, consumo, lujo, excesos…, que daban (y dan de continuo) una imagen falsa y no real de las vidas de un considerable número de ciudadanos.

Al tiempo, en determinados reportajes, se habla de un problema, este sí real, que sufren cada vez más ciudadanos, como realidad o como amenaza, que es el “sin-hogarismo”, esto es, el de las gentes sin techo, o el de ‘los sin techo’, como se llama ya desde hace años.

Y se ponía el dedo en una llaga: cada vez desciende la edad de los sin hogar o de los sin techo; cada vez sufren este problema las gentes jóvenes, aquellos que no han llegado ni a los cuarenta años.

Pero hay una ferocidad, metida desde hace tiempo en el ADN de no pocos sectores españoles que se lo pueden permitir, de que hay que tener una vivienda para especular, para arrendarla o alquilarla y sacar dinero, a costa de lo que sea.

Sin hablar ya de ese otro grave problema de cómo los llamados fondos buitres y especuladores violentan a antiguos renteros para que abandonen viviendas en las que residían desde hace años, con rentas adecuadas, porque han adquirido determinados edificios para especular y seguir enriqueciéndose.

Otro aspecto muy grave, pero que ya ni siquiera es noticia en la mayoría de los casos, es el de los desahucios de viviendas, por mil motivos. Algo que provoca la angustia y la desesperación en quienes padecen esa tragedia.

Y, por otra parte, el desfase entre lo que se obtiene de sueldo al mes en no pocos trabajos y lo que luego ha de pagarse por un alquiler es tan acuciante que, pese a tener un empleo, muchos de nuestros ciudadanos no pueden asumir una mínima vida digna.

Hay otro aspecto que, estos días de atrás, también subrayaban determinados medios de comunicación: cada vez, debido al encarecimiento de la vivienda (ya sea comprada o ya alquilada), se ha de vivir en espacios más reducidos, lo que termina provocando en la gente problemas psíquicos.

Un elemento más de este problema de la vivienda, tan poliédrico, es que, desde hace años, gentes desconocidas entre sí y con realidades muy diferentes han de compartir habitaciones en un mismo piso, lo que supone otra agresión psíquica para cualquier individuo.

Y es que, en estas pasadas Navidades, podíamos observar, si nos lo proponíamos, cómo esa nueva religión que es el dinero, crea nuevos portales de Belén, crea nuevas realidades humanas que sufren los sin techo, los sin hogar, pese a que el país en el que vivimos tenga una constitución que proclama el derecho de todos los ciudadanos a la vivienda.

Es un problema muy grave que tiene nuestra sociedad, cada vez más injusta en este como en otros aspectos. Pero se imponen los intereses de la insolidaridad y del egoísmo. Y, además, la mayoría se desentiende, mira para otra parte.

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