OPINIóN
Actualizado 11/01/2024 07:53:18
Álvaro Maguiño

Llueve de vez en cuando. Los charcos se amontonan en los recovecos y algunos espacios se salvan del agua al resguardo de las cornisas. Me he fijado que estos espacios secos realmente están recorridos por unas pequeñas huellas perrunas. Perfectamente delineadas y con un contorno ingenuo a la par que simpático. Y me he dicho a mí mismo que eso es lo más real que he visto en un día lluvioso.

He colgado un paraguas plegable de mi muñeca y he salido a la calle a sortear las promesas que se hacen los días de lluvia. Tengo la certeza de que son como los autorretratos. Estas promesas son falsas como una pincelada favorecedora. Muchos las hacen coaccionados. Hay rapidez, es un ambiente entorpecedor para la conversación, incluso estresante. Los buses se topan con más atascos y las botas ensucian el suelo. Y otros muchos acceden a ellas porque el agua parece limpiar las mentiras. Me he aventurado a pensar en la posibilidad de que el día en el que fue firmado el Protocolo de Kioto tuvo que estar lloviendo en nuestra ciudad. Me divierte pensarlo. Recuerdo escuchar un monótono discurso sobre la importancia vital de las personas circundantes en la voz de la misma persona que no ha dudado en anteponer un partido antes que las mismas personas. Prioridades sociales para unos, pan y circo de payasos para otros. He pensado también en los autorretratos de los academicistas franceses con cierta inquina. Y he recordado que en ocasiones utilizo la palabra “verosímil” en los exámenes para referirme a aquellas obras que se acercan a la realidad sin pertenecer a ella.

Realmente hablo de una sensación que producen en mí más que de un sentido estricto. Verosímil es un adjetivo que vendría a significar aquello que parece verdadero. Pero eso, evidentemente, no significa que lo sea. Por ejemplo, existe una leyenda entre dos pintores llamados Zeuxis y Parrasio, muy reciclada durante el Renacimiento, que habla de un concurso de pintura donde los pájaros fueron engañados por unas uvas pintadas mientras que los humanos fueron engañados por una pintura que simulaba una tela, siendo esta última la vencedora del certamen. Es decir, si esas obras realmente existieron, sería idóneo asignarles el adjetivo que tratamos. Al igual que también cabe dárselo como un don de la naturaleza a lo que creíamos certezas en un día de lluvia.

Me he imaginado a un perro pisando el mismo charco que evitó su paseador. Es pequeño y cuidadoso. Eso no es cierto. La lluvia no tiene la culpa de que la gente no entienda el verdadero peso de las relaciones humanas.

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