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CULTURA
Actualizado 08/01/2024 18:54:21
Berta Joven

Cada vez más grupos recuperan melodías e instrumentos tradicionales en busca de un sonido propio que surja desde la raíz.

Vetusta Morla toca el pandero cuadrado de Peñaparda, Rodrigo Cuevas llena las salas de conciertos calzado con madreñas, Rozalén versiona el folclore de diferentes regiones españolas… Maria Arnal, Tarta Relena, El Naán, Baiuca, Tanxugueiras: la lista de grupos actuales que recuperan la música de tradición oral y triunfan en festivales crece cada año, al igual que el espacio que ocupan en la escena nacional.

Salamanca no es ajena a esta tendencia a la búsqueda y la transmisión de letras y melodías que forman parte de la memoria colectiva de un territorio. “Creo que se está poniendo en valor todo lo que tiene que ver con la tradición oral, con volver al pueblo, los saberes populares, la bioconstrucción… Está habiendo una toma de conciencia”, reflexiona la salmantina Sandra Zamora, artífice de Zarzamora, un proyecto músico-poético de canción de autora, reivindicativa y con raíz.

Javier Montes, miembro de Entavía, —grupo salmantino que fusiona el flamenco, el jazz, la tradición oral castellana y las músicas del mundo—, opina que una de las razones es la proliferación de artistas tan conocidos como Rodrigo Cuevas o Rozalén, que usan las músicas de raíz tradicional. “En la época de la Dictadura se usó la cultura popular a servicio del régimen y por ello nos recordaba a esa España que no queríamos tener. Mi visión es que las nuevas generaciones han olvidado ese pasado y de repente escuchan nuestra música y dicen: ‘¿de dónde viene esto?’ Las músicas de nuestra tierra comienzan a ser exóticas. Lo exótico empieza a ser lo propio y eso tiene mucho poder.

Precisamente esas nuevas generaciones son ahora público asiduo de estos grupos salmantinos. “Se acercan más jóvenes a nuestros conciertos: adolescentes, universitarios…están más interesados por el folk en general”, explica Sergio Grande, gaitero y flautista de Folk on Crest. Sandra también observa este cambio de predisposición: “Cada vez más gente utiliza el pandero cuadrado o se interesan por el bordado serrano. Siempre ha habido muchísima sabiduría en los pueblos que no se valora en la vida en la ciudad”.

Eusebio Martín, de Mayalde, —grupo de referencia en este ámbito con 40 años de trayectoria—, también percibe últimamente “cierta pasión” por lo que antes había desprecio. “En la música también pasa. Ahora todo el mundo quiere tocar panaderas y que sus hijos aprendan porque las tocaba su abuela. Eso te conecta con la tierra porque cada vez estamos más perdidos en el mundo globalizado y hay que tener algún sitio donde agarrarse”.

El interés por este tipo de música también se refleja en el aumento de alumnos en la Escuela Municipal de Música y Danza de Salamanca. El taller de Folclore y danza tradicional tiene más del doble de alumnos que hace cinco años y el alumnado de gaita y tamboril ha aumentado en un 58% en el mismo periodo. Desde el curso 2020-2021, Gaita y tamboril se ofrece como Formación Integral con la misma consideración que el resto de instrumentos (hasta entonces solo se podía cursar como taller). Carmen Seguín, concejala de Relaciones Institucionales, Festejos y Tradiciones del Ayuntamiento de Salamanca, confirma este boom tras la pandemia. "También se ha notado muchísimo interés en los talleres que se imparten en centros educativos de la ciudad, que reciben cerca de mil alumnos. Una vez que tienen ese encuentro con el folclore en los centros educativos muchos de ellos deciden apuntarse a la Escuela Municipal". Fruto de esta tendencia ha surgido también el Festival Internacional de Folclore, que este año cumplirá su tercera edición y que también muestra la tradición de otros lugares del mundo.

Sergio defiende que, si bien cada región y país se expresa artísticamente de una forma igualmente valiosa, Salamanca es especialmente rica. “Por ejemplo, en la zona de la Sierra de Francia hay ritmos muy característicos. En lugar de la jota típica, tenemos el corrido y el campeño; y hay ciertos ritmos que se mantienen cantados por las mujeres a golpe de pandero cuadrado. Es parte de nuestro patrimonio y de nuestra cultura”. Este es uno de los instrumentos que utiliza Zarzamora en sus conciertos, quien, pese a su juventud, lleva años cantando por escenarios del norte y de Castilla y León canciones como Salamanca La Blanca, Esta noche ha llovido mañana hay barro o las jotas panaderas. “Mis abuelos son de un pueblecito cercano a Peñaparda, de El Sahugo. El pandero cuadrado tiene muchísima personalidad”, defiende.

El objetivo de estos grupos es dar a conocer la música tradicional desde un nuevo enfoque. Para conseguirlo, se embarcan en un proceso de investigación y documentación. Entavía primero explora en los archivos de los etnomusicólogos Alan Lomax y la Fundación Joaquín Díaz y lleva a cabo un particular trabajo de campo en residencias de ancianos, donde rescatan verdaderos tesoros. “También creamos un repertorio de texto y música usando el modo tradicional: las formas, los procesos, los ritmos. La tradición ha estado adulterada y contaminada siempre, y afortunadamente, la riqueza de esta música es la cantidad de variantes que nos encontramos, tantas como intérpretes la ejecutaban. La tradición necesita de nuestra mirada sobre ella, tenemos unas necesidades y unas preocupaciones igual que las tenían hace 100 años. Tenemos que hablar de nuestro presente a través de nuestro pasado”.

La pulsión de volver a la raíz llega desde una conciencia de protección del patrimonio, pero también desde orígenes más íntimos y emocionales. Lo que a mí me movió en su día fue la sensación de no tener, de sentirme huérfana de memoria y de raíz, de viajar a otros lugares de España y ver que allí tenían mucho arraigo como en Andalucía o en Galicia. Yo no había mamado esto en Salamanca. Sí que conocía canciones de mis abuelos, pero no era una cosa muy identitaria. Me di cuenta de que había pasado algo así como una especie de disipación de la identidad castellana”, reflexiona Sandra.

Eusebio recuerda funciones que ha tenido en el pasado la música de raíz: “Ha servido para denunciar temas sociales en una época en la que si hablabas un poquito te cortaban la cabeza. No te podías meter con la iglesia, ni con el señorito, así que hubo que utilizar el ingenio para protestar contra el status quo. También para mitigar las horas y horas de trabajos durísimos, para enamorar, para casarte, para morirte, para alegrar la tarde de domingo bailando y, sobre todo, para contar la historia del territorio. En las canciones tradicionales hay una cantidad de datos impresionante sobre gastronomía, costumbres, cómo sembrar la tierra… La historia, en una sociedad analfabeta, no solo se contó: también se cantó. Antes todo el mundo entendía lo que se cantaba y se lo cantaba al siguiente como referencia de algo ligado a la historia de su territorio. Sin historia y sin memoria somos vacas”.

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