OPINIóN
Actualizado 04/01/2024 07:59:41
José Luis Puerto

Pocos momentos tan fascinantes en la vida de cualquier niño como ese de la espera de los Reyes Magos y de esos dones que traen, que siempre suponen una ofrenda que siempre quedará en la memoria.

Da igual que esos regalos sean naranjas (como de niños nos echaban los Reyes, cuando cualquier alimento era un don), peladillas, caramelos o… esa tartana de hojalata con la que soñábamos, pues nos llevaría a cualquier territorio ensoñado de los que careciéramos.

La magia de la noche. Porque los Reyes Magos, a pesar de tantas y tantas representaciones que de ellos conociéramos, siempre eran invisibles. Nunca veíamos en que momento de la noche, nosotros dormidos, depositaban los regalos ni a través de qué procedimientos lo realizaban.

Y nos imaginábamos –y nos causaba un gran asombro, que es siempre el de la magia– cómo tenían el poder sus brazos y manos de traspasar las paredes de los edificios y de depositar sus dones sobre aquel cotidiano humilde calzado que colocábamos en alguna de las estancias de la casa.

Eran horas y momentos en que el mundo y la realidad que vivíamos estaban hechizados por una suerte de transfiguración. Y de ella participábamos en un estado de ebriedad, que era un verdadero himno existencial, capaz de ponernos en contacto con el prodigio.

Y todo ocurría en la noche prodigiosa –pero nosotros, ay, habíamos de estar sin participar de ellas, al tener que estar dormidos, para que todo ocurriera; ese prodigio nocturno que aparece en determinadas composiciones musicales.

Así, en el concierto para fagot –La noche (La notte)– en si bemol, del italiano Antonio Vivaldi, evocador y fascinante. O el también maravilloso sexteto de cuerdas en un movimiento, –Verklärte Nacht (Noche transfigurada)–, del austriaco Arnold Schönberg. Piezas ambas en las que sus compositores parecen querer convocar, cada uno a su manera, esa magia de la noche, ese hechizo de la noche, en la que todo prodigio es posible.

Pero también podemos rastrear la presencia de lo mágico, vinculado con el juego y con lo sagrado, así como con lo fantástico, en ese pensador sin par, fuera de cualquier clasificación, que fuera el francés Roger Caillois, que viviera un tiempo en Argentina, protegido de la segunda guerra mundial, invitado por Victoria Ocampo, esa abanderada de un proyecto cultural impagable, como fuera Sur.

La noche prodigiosa, la noche transfigurada. Los Reyes Magos. La niñez. El prodigio, la magia, la más hermosa melodía del existir. De todo ello, cada ser humano tiene una experiencia a su manera. Y tal experiencia nos hace más fuertes, nos da sentido, nos humaniza.

De ahí que, estos días, en que el pueblo palestino está siendo masacrado (“limpieza étnica de libro”, escuchamos a algún periodista en televisión), quisiéramos que se concedieran esas peticiones de los niños y niñas palestinos que salen y hablan ante las cámaras: agua, alimentos, poder ir a la escuela, poder habitar junto a los suyos en una casa…

¿Quién se atreve a parar la guerra? ¿Quién se atreve a conceder esos dones?

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