Sólo hay que ver sus caras sonrientes, sus expresiones resplandecientes, sus ojos brillantes.
Todo anuncia sus sueños en las nubes, sus torpes líneas inclinándose en la carta con caligrafía imperfecta, Queridos Reyes Magos, y acto seguido, la coletilla de siempre: me he portado muy bien, para evitar el temido carbón, en esa edad en la que la inocencia nos hace creer que si se cumple con todo eso que hay que hacer habrá un premio ajustado al esfuerzo. Bendita vida que comienza a abrir la mirada a un mundo bueno.
El paso del tiempo, el discurrir de la existencia, nos pone a veces delante de la vista escenas no deseadas, pérdidas imprevistas, situaciones rebeldes que hay que afrontar con entereza, con ríos de fortaleza y, como mínimo, con mucho temple para ser capaces de seguir hacia delante, sin pararse a pensar cuál es el saldo, cuánto hay en el haber y en el debe del transcurrir que nos toca vivir.
Pero siempre, siempre, hay una mano amiga, una voz cercana, una estrella que guía, un atisbo de esperanza, un resorte que nos impulsa, una meta que nos propulsa y hace que, en medio del “caos”, todo vaya volviendo, poco a poco, a su lugar.
Y en estos días de tantas luces y tantos brindis, de tanta música y tanta lentejuela, de tanta alegría y tantos recuerdos, de tanta celebración y tan buenos deseos, de tanta despedida y tan recién estrenados propósitos, siguen existiendo personas que echan un cable a otras, que hacen lo posible por estar al lado, que siempre están donde se espera que estén.
No debemos olvidar que, en cualquier fecha del año, en cualquier circunstancia, podemos seguir sacando al rey mago que cada uno de nosotros llevamos dentro.
Mercedes Sánchez