OPINIóN
Actualizado 28/12/2023 07:55:23
José Luis Puerto

La revolución francesa –hecho histórico que inicia nuestra edad contemporánea– puso sobre el tapete de la historia tres valores que el ser humano había de articular y desarrollar en el ámbito tanto personal, como de las sociedades de las que formaba parte: libertad, igualdad y fraternidad.

Tales valores, de distintos modos, desde su planteamiento, se fueron teorizando, articulando y poniendo en práctica, desde aquel momento histórico y casi hasta nuestros días; con resultados, en no pocos casos, paradójicos.

Así, por ejemplo, el de la libertad fue tomado como bandera por el liberalismo, con todos sus sesgos, desde el siglo XIX hasta hoy mismo. El problema es que tal planteamiento de libertad ha derivado en que solo la tienen y la disfrutan los más fuertes, pues se le dio un sesgo individualista (y hasta egoísta) e insolidario, que hace que no sea un bien disfrutado por todos.

Ese liberalismo no nos vale. Ese ‘dictum’ de que el mercado es el mercado y es el que dicta las sentencias solo conduce a unas sociedades desiguales en las que no todos disfrutan de los bienes sociales. “Tu libertad encarece mi alquiler” podía leerse en una pintada de la capital de nuestro país, con la figura pintada de la actual presidenta.

De ahí que ese valor de la libertad haya que replanteárselo, bajo parámetros distintos; como un bien perteneciente, no a unos cuantos ‘elegidos’ (nada de la ley del más fuerte), sino a todos los seres humanos.

Lo mismo ocurre con el valor de la igualdad. Fue aplicado históricamente por la revolución rusa y fue derivando, como de todos es bien sabido, hacia perspectivas represivas y autoritarias, que condujo, en Rusia, al ‘gulag’. De ahí que, también este, sea un valor que hay que replantear históricamente bajo parámetros distintos.

Porque, entre otras cosas y a lo largo de la historia del siglo XX e inicios del XXI, hemos entendido que tan importante como la igualdad es el respeto hacia la diversidad y hacia las diversidades.

¿Y la fraternidad? ¿La ha desarrollado alguien a lo largo de la historia contemporánea? No, como hizo el liberalismo con la libertad, o el comunismo con la igualdad. Tradicionalmente, ha sido el cristianismo quien ha hecho bandera de la fraternidad. Pero ¿la ha aplicado y la aplica? ¿La ha puesto y la pone en práctica?

Es curioso cómo nuevos movimientos vuelven a hablar de la fraternidad. Habría que reflexionar sobre ella, habría que propugnarla e impulsarla, como palanca clave de un nuevo humanismo, de una nueva rehumanización de nuestras sociedades.

Es el valor, posiblemente, que más daría de sí y que podría hacer cambiar la deriva de la historia. Es una responsabilidad de seguimos manteniendo una confianza en la humanidad el que pudiéramos emprender esa deriva (frente a las guerras, frente a las desigualdades, frente a tantas profanaciones como sufren y padecen tantos y tantos seres humanos en el mundo), planteándola y poniéndola en práctica.

Es un gran desafío. Es una apuesta que, a estas alturas de la historia, merece muchísimo la pena.

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