La intransigencia y la intolerancia son lacras que, desgraciadamente, impregnan nuestra sociedad. Hemos de convivir con ellas, no queda otra. Despreciamos lo desconocido, las anteojeras limitan nuestra opinión terriblemente, empobrecen nuestra cultura y, consecuentemente, nos hace menos libres, la ignorancia anestesia el criterio y aborrega nuestra voluntad.
En evidente que los tiempos han evolucionado una barbaridad y herramientas como Internet han dado un vuelco a lo establecido.
Yo siempre creí, por ejemplo, que en la vida había un tiempo para jugar, la niñez o la primera adolescencia, que el juego es necesario en las primeras etapas de nuestra vida. Pero después, las prioridades son otras.
Ahora no, eso ha cambiado, ahora, con las consolas juegan y se divierten hombres y mujeres en plena madurez La vara de medir el tiempo de ocio y sus variados argumentos tecnológicos se ha ampliado sustancialmente. Por lo que veo, ello implica mayor dosis de optimismo y disfrute de la vida. Sí, ese tiempo es valioso, es verdad pero uno se queda perplejo cuando ve maniobrar con desatada emoción a hombres y mujeres en la treintena y cuarentena (o más) con esos artilugios entre las manos. Mis respetos, al principio hablaba de ello. Soy un tipo tolerante. Solo que uno compara su infancia y juventud, con aquellos juguetes que nos hacían tan felices, los de la tele y lo que hoy emboba e interesa a una gran parte de la población.
¿Qué fue de “Exin Castillos, el juguete que hace historia”, de “Excalectric, Primera marca mundial”, “Juegos Reunidos Jeyper”, “Magia Borrás”, Las Muñecas de Famosa (con villancico propio y todo), de las cocinas de la Señorita Pepis.
Recuerdo que me echaron un año un coche de Bomberos que ríete tú del iPhone 3.
Está claro que la felicidad tiene innumerables recovecos y caminos insospechados. Pero si comparamos…¡no hay color!
(tonoblazquez@hotmail.com)