Llena estoy de Diciembre, de su frío que marca nuestro andar presuroso, de sus mañanas de niebla, de sus noches planas sin sensación de nada a lo lejos salvo esa cortina, como de vidrio esmerilado, frente a los cristales sudorosos del cálido y apacible hogar.
Este mes, desvaído entre las luces de colores que sin cesar se difuminan a nuestro paso, está casi deshidratado del uso, del abuso, de las fechas anheladas, de dibujos de regalo que cubren nuestros sueños y la emoción de las esperas, los encuentros, las comidas, los viajes…
Y empiezo a desear el ansiado cambio de hoja en el calendario como una novia a punto de estrenar ese vestido que nos cubre de año nuevo, con nuevo dígito que suena a campanada, a uva verde amontonada, a la emoción del segundo que falta, del cuarto que llega, del masticar presuroso y la luz en las miradas, del brillo de las copas, el brindis de burbujas alteradas, los abrazos deseosos, más que nunca, de PAZ, de salud, de trabajo o de calma, de ese bienestar sosegado que se aprecia tanto cuando nunca pasa nada de lo que no debe pasar.
Y en ese encuentro íntimo y cercano en el que estrechamos a los nuestros y a la vez al mundo con brazos de gigante, la confianza en el cambio, en la mejora, en el respeto, en la vida dispuesta a ofrecernos sus más preciados bienes, vasos medio llenos, auroras regaladas, pisadas en firme, muelles en zapatos que nos permitan volar vuelos invisibles.
La vida, dádiva y obsequio, flor agradecida, aroma interminable, fulgor enrojecido, jardín con destellos impermeables, dolor y pasión, grata esencia, olor inalterable, eterna permanencia, salud y proyectos, y amor. Empeño en encontrar la fragancia de las cosas. No desfallecer. Hacerse, día a día, vergel.
Que el año nos permita seguir siendo. Mis mejores deseos para todos, mis mayores anhelos para el mundo.
Mercedes Sánchez