OPINIóN
Actualizado 27/12/2023 08:01:00
Juan Antonio Mateos Pérez

Es tiempo de anuncios, pregones y sobresaltos;

de vigías, centinelas y carteros,

de trovadores y profetas.

Es tiempo de pobres y emigrantes,

de cadenas y cárceles rotas

y de hojas con buenas noticias.

FLORENTINO ULIBARRI

En medio de las luces y felicitaciones, las comidas y los regalos, celebramos la Navidad. Una celebración que está más allá de una fiesta entrañable y familiar, de la amistad o de los sentimientos; lo que celebramos es que Jesucristo es la verdad y esperanza definitiva, esperanza de que la injusticia que lo envuelve todo no prevalecerá para siempre. El evangelista insiste hasta tres veces, que nació en un pesebre y nos recuerda que Dios se nos presenta, no en lo admirable y maravilloso, sino en lo ordinario y cotidiano, en la realidad pobre y pequeña de un pesebre.

Dios con nosotros, ha querido sufrir en nuestra propia carne nuestras impotencias, sufrimientos e interrogantes. Un Dios que no ofrece palabras, su Palabra se ha hecho carne, y habita en nosotros para ser luz. Es una realidad que no necesita grandes explicaciones teológicas, más bien vivir una experiencia humilde ante Dios. Un Dios que podemos tocar cada día, siempre que tocamos lo humano y lo más humilde y pobre de nuestra sociedad. Él viene cada día a nuestros corazones, Navidad siempre es una llamada a renacer, a reavivar la alegría, la esperanza, la solidaridad, la defensa de los pobres, la compasión o la justicia. Es necesario para hacer la navidad gestos concretos de solidaridad, cultivando un estilo de vida más austero y más humano.

En una sociedad como la nuestra, nadie debería estar durmiendo en las calles. Son muchas las causas que arrojan a las personas al sinhogarismo: desde la ruptura de la pareja o la perdida de empleo, problemas mentales o desahucios. Los especialistas nos hablan de tres factores que llevan a esta situación: económicos, relacionales y vivenciales. Entre los económicos están factores como perder el empleo, ingresos de trabajo muy bajos que no te permiten llegar a final de mes. Entre los relacionales, podemos destacar, conflictos con la familia, ruptura de la pareja, aislarse de amigos y conocidos. Por último, entre los de tipo vivencial, la persistencia en esta situación de vida en la calle hace que la persona pierda el sentido vital de su existencia.

En su campaña “Nadie sin hogar”, Cáritas estima que cerca de 800.000 hogares y 2,1 millones de personas sufren situaciones de inseguridad en la vivienda. Nos comenta Cáritas, que cuando se sufre una situación de sin hogar, se entra menudo en un proceso de desesperanza y desesperación. Cáritas atendió el año pasado a 39.487 personas sin hogar en situación de calle, un 6,13% más que el año anterior, según se desprende de la Memoria de actividades de la entidad, que añade que dos de cada diez eran mujeres y más de la mitad españolas (51,6%).

La persona nunca pierde su dignidad, pero si la capacidad para defenderla. Según el INE en un estudio de 2022, sufren el sinhogarismo más de 28.500 personas, de esas 7.277 se encuentran en situación de calle, 11.498 viven en albergues y centros de acogida y 9.778 en pisos y pensiones. Hay miles de personas sin hogar en toda España. Es una realidad traumática y dolorosa que se hace más dura y agresiva en el caso de las mujeres que lo padecen. Es necesario recuperar la conexión de la sociedad con las personas más vulnerables. Las personas sin hogar viven desvinculadas de la sociedad, en un aislamiento que les hace invisibles y sin posibilidades de salir del círculo de la pobreza.

La información tan abundante sobre la necesidad y vulnerabilidad humana crea en nosotros un sentimiento de solidaridad frente a las estructuras egoístas de nuestro mundo, pero también acrecienta la sensación de impotencia. Solemos ver más miseria que la que podemos solucionar y ante una sociedad tan deshumanizada nos preguntamos: ¿Qué podemos hacer?

En primer lugar, es necesario exigir a nuestros políticos que ejercen el poder, que realicen una buena distribución de los recursos de la sociedad. Promocionando la integración, la cohesión y la igualdad, favoreciendo la autonomía de las personas, familias y grupos, sobre todo a los que viven en situación de pobreza, exclusión o riesgo social. Tres elementos son necesarios para elevar el bienestar de la situación de pobreza: las políticas de vivienda, el apoyo a las familias y la lucha contra la exclusión social. Nuestro país ha empeorado notablemente en las políticas de vivienda, considerando que la vivienda es la primera barrera de protección para preservar la salud, la vida y la dignidad.

En segundo lugar, debemos revisar las relaciones de justicia. Nos hemos dado, no sin dificultad unos derechos del hombre y del ciudadano, pero el hecho que hayan sido promulgados no equivale a que sean respetados. Debemos luchar por que prevalezcan los derechos humanos fundamentales, como la igualdad, la educación, la vivienda, el trabajo, la participación, etc., que permitan reconstruir la vida personal, familiar, o la socialización del individuo. La perdida de esos derechos es una agresión al propio ser, a su dignidad.

En tercer lugar, debemos construir una sociedad de la gratuidad y la solidaridad, que supere las exigencias de las relaciones de justicia y de igualdad, humanizando la existencia de los más vulnerables. De los numerosos nombres que el amor o el agáp? ha recibido a lo largo de los siglos hoy confluye en la palabra solidaridad. El bienestar y el consumismo nos prohíbe pensar en los que más sufren y son más vulnerables, reprimiendo una cultura del corazón. Allí donde no hay corazón tampoco crece la esperanza. La solidaridad no solo se ejercita en acciones concretas, se debe vivir cada instante en la entrega gratuita y desinteresada, materializándola en el hambre por la justicia, que es la verdadera solidaridad.

Nuestro mundo no es un mundo sin Dios, donde más presente está es en la hondura de nuestro ser. Podemos acoger su misterio en nosotros, se nos ofrece en la ternura, en la gratuidad, la humildad y el amor. No hay que buscar señales externas o llamativas para reconocerlo. Sigue manifestándose en lo cotidiano y pobre, porque Navidad es un tiempo de todos, sin excluidos, todos somos hijos del Padre. ¿Somos capaces de captar los signos de Dios, de su encarnación hoy entre nosotros? ¿Somos capaces de ofrecer signos salvadores y liberadores a los pobres y marginados de hoy?

Desde esa presencia de Dios en el corazón, en la cotidianidad, el creyente no debe encerrarlo en una “religión burguesa” de simples ritos. Dios con nosotros se hace presente en valores tan genuinos como la solidaridad, la defensa de los pobres, la compasión o la justicia. Vivir la Navidad es esperar al Dios que pasa, pero también, comprometerse en gestos concretos de solidaridad y cultivando un estilo de vida más sencillo, austero y humano.

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