En el mantel tendido sobre la mesa preparada hay un pliegue, como el de la tierra cuando tembló en Turquía, en Siria, en el Marruecos que se desmorona mientras el despilfarro deja sin ayuda a los que construyen su casa de adobe, casas masacradas en Libia junto a un mar donde se ahogan todas las esperanzas. En la esquina de la mesa puesta para la noche de cena compartida falta la luz de su presencia, la fuerza de su preparativo, y se hace eterno el eco de su ausencia.
Entre el cristal sacado de las alacenas del corazón, el plato bueno, la carne que sale del horno cálido, falta el aroma de su presencia. Falta y falta y no pueden llenarlo la bandeja de plata, la generosidad de la mesa. Esa que no se ha notado en la tierra cuarteada por la sequía, los árboles que dejan morir frutos y ramas. Es el tiempo del calor que no queremos, del dolor de un espacio donde aran las bombas su trinchera, y Ucrania deja de ser una palabra que oímos porque hay otros ecos de guerra y resuenan las balas que matan niños y las masacres enloquecidas.
Sobre la mesa que no cesa, sobre los recuerdos que nos devuelven las imágenes de un año entero, se descuartizan las noticias que han dejado el resto de la tragedia y hasta, del esperpento. Cuando los políticos son enloquecidos actores de un escenario incierto, los locos como Putin o Prigozhin siguen matando o los muchachos bellos desmembran con cuchillos de chef o los chuletas caciques besan a las chicas fuertes que no se dejan, nuestra retina mira hacia otro lado, convencidos de la bondad de las buenas noticias, de la ternura y la bondad que en navidad llenan la mesa. Nuestros días tuvieron la postal de una muchacha de blanco sobre fondo airado, tuvieron noticias absurdas de inciertas promesas y desigualdades. Nuestro privilegio de vivir en paz tiene estas grietas. Y entre los hombres que se chillan y se desperezan, una muchacha rubia parece enfundarse el futuro como un traje bien cortado que pronto le tirará por todas las costuras. Y entonces dejará volar esa su melena. La esperanza de los días que pasan y los años que no cesan son estos niños, mis alumnos, mis sobrinos, mis vecinos que gritan y se divierten cuando logran levantar la vista de esa pantalla en la que vivimos y nos dejamos ahora los buenos deseos.
Y entre todas las luces, y todas las alegrías, sobre la mesa, la mesa tendida, la mesa compartida, la mesa llena, hay un pliegue del mantel, un hueco donde no están ellos. Y Pedro, Yolanda, Montse, Alejandra, Ángela… queridos míos, siento hoy más su pérdida.
Charo Alonso.
Fotografía: Fernando Sánchez Gómez.