En Apocalypse Now, de 1979, Francis Ford Copola nos ponía frente a la guerra de Vietnam; entonces, el último apocalipsis. Después, han venido otros varios, a cuál más atroces, ante los que nos hemos ido curando de espanto, en una suerte de inmunidad marcada por un comportamiento amoral que hace de la percepción de que todo eso no va con nosotros.
Es lo que está ocurriendo hoy, en esta reactualización, en la franja de Gaza, de un viejo apocalipsis, donde sus crueles y experimentados jinetes son, hoy, bombas, aviones, drones… y todo tipo de tecnologías que el ser humano, ay, ha urdido contra la dignidad y la vida de todos.
Porque ¿cómo entender estas masacres de miles de muertos, de población a la que se va confinando, para tenerla sin las garantías humanas más elementales: la comida, la bebida, la higiene…, sometida a un insoportable estado infrahumano.
¿Y cómo los sectores más conscientes del pueblo judío, en todo el mundo, esos sectores herederos de ese gran legado creativo y humanista de su pueblo, no están levantando más la voz?
¿Y cómo los gobernantes de todos los países del mundo no están tomando medidas eficaces, para que pare una sangría y una carnicería que, en esta altura de la historia, parece increíble?
Y los niños, que son la esperanza de nuestra especie, están siendo matados, maltratados y masacrados sin piedad alguna, por ese ojo ciego de la barbarie. Porque el estado poderoso ha ido logrando terminar reduciendo a la insignificancia al pueblo cuyo solar ocupa.
¿Por qué no van a ser posibles dos estados vecinos y viviendo en esa fraternidad que otorga el pertenecer a raíces históricas similares y a condiciones étnicas que obedecen al mismo tronco?
Todos los apocalipsis son viejos. Los nuevos ya sabemos a qué responden. A las mismas sinrazones de todos: la barbarie, que se elige siempre para hacer valer la fuerza, la sinrazón, el poderío sobre los demás.
El que ahora nos toca está siendo terrible. Hemos de condenar toda violencia y toda barbarie; de los unos y de los otros. Pero, aquí, hay algo muy, muy desproporcionado, que obedece a un oscuro e irracional dominio, así como a una total falta de interés por explorar las vías de la paz, de la buena vecindad, del hermanamiento de pueblos con no pocas raíces y vínculos comunes.
Seguimos confiando en que esos portadores, hoy, de las mejores aportaciones a la humanidad de la cultura judía, levanten la voz. Porque, de ahora en adelante, si se mantienen en silencio frente a la barbarie de estas semanas de su estado, los judíos no podrán invocar ya nunca más el exterminio nazi que sufrieron, si terminan adoptando la condición de exterminadores.