Este gordo en retiro, o gordo asintomático, quiere dejar constancia de que, a veces, como los médicos no dejan de encontrarnos “cosas”, si quieren que no dejemos de visitarlos, nos deberían dar premiecillos… Ya sé que no debería decir esto en mi calidad de señor mayor… pero bueno, aceptemos que nunca dejamos de ser niños… O que un adulto no es más que un niño con (algo de) dinero…
Que sí, que soy de los que vive para contarlo... Un cáncer a los 30, un tromboembolismo a los 50... Que sí, y por eso, me disciplino, obedezco... Pero, joder, es que ya estoy en una edad en la que, por muy bien que me porte, por mucho que uno llegue a la “revisión” con los deberes hechos y echando de menos –me sigue encantando comer, me he quedado en gordo asintomático– siempre sacan algo…
Siempre hay algún análisis traicionero que, después de señalar que está bien ese colesterol que te había estado fastidiando los últimos veintitantos años, que los dichosos triglicéridos están como deberían haber estado a los treinta... va y te sale con otra cosa... Perdón, con otro elemento, porque son elementos, o electrolitos, o minerales: que el calcio, que el potasio, que la glucosa...
En México hay una broma muy utilizada en estos casos: “es la bola”, se dice… La bola de años que va uno teniendo –el mexicanismo de hoy es ese uso de “bola” como sinónimo de mucho/s– y pues desde luego, es innegable: pasar de los cincuenta, aunque sean los nuevos treinta, implica estar ya en el tiempo de los “nuncas” –nunca había tenido, nunca me había pasado– que no sé si son traicioneros como los análisis o la traicionera es la memoria: no nos acordamos de la gripe que tuvimos el año pasado, del dolorcito del hueso, en fin…
Dicho lo cual, también dejo registro de que empiezo a estar muy mucho de acuerdo con muchos y muchas –cuánta muchedad– que dicen que lo mejor para evitar estos disgustos es... no ir al médico...
Pero luego llega la hipocondría y se me pasa...
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