OPINIóN
Actualizado 11/12/2023 12:02:50
María Jesús Sánchez Oliva

El pasado miércoles nuestra Constitución cumplió 45 años. Lo normal es hacer regalos a los cumpleañeros, sobre todo cuando hay que agradecer. En su caso los ciudadanos habríamos quedado como reyes regalándole el firme propósito de aprender nuestras obligaciones igual que hemos aprendido nuestros derechos, y los gobernantes como dioses si le hubieran hecho el firme compromiso de dejar de ultrajarla, de manipularla vilmente y de violarla, pero este año, no pocos españoles, le amargaron su día recordándoles a los gobernantes que hay que cambiarla en lugar de exigirles que la respeten.

Razones: para los más entendidos es antigua, está pasada de moda, hay que adaptarla a los tiempos, y para los menos no la han votado los jóvenes. Vamos por partes: ¿Acaso es arcaico tener derecho a una vivienda digna, a la enseñanza, a la salud, al trabajo, a ayudas sociales en caso de necesitarlas y a no ser discriminado por razones de sexo, de religión o de ideas y a vivir en paz entre otras cosas no menos importantes?

En cuanto a los jóvenes, para que todos la hubieran votado, habría que cambiarla todos los años, porque todos los años hay quienes cumplen 18, y no es de no haberla votado de lo que se quejan los jóvenes, de lo que se quejan es de que no se cumplan sus órdenes.

Nuestra Constitución, estemos de acuerdo o en total desacuerdo, hoy por hoy, puede decir firme, alto y claro que fue ella la que trajo a España la prosperidad, la libertad, el bienestar y la paz a pesar de tantas dificultades, porque hasta entonces ni le fue bien con las muchas monarquías, ni le fue bien con las dos repúblicas ni le fue bien con la dictadura.

Por lo tanto, salvo algunos detalles, no es ella la que tiene que cambiar, somos los gobernantes y los ciudadanos, pero hasta que unos y otros no nos serenemos lo prudente es que la dejemos en paz que lo malo siempre puede volver.

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