OPINIóN
Actualizado 06/12/2023 09:34:15
Juan Antonio Mateos Pérez

“Hazme justicia, oh Dios, y mi causa defiende contra esta gente sin amor”.

SALMO, 43,1

“Ser responsable es tener el deber de responder”

FEDOR DOSTOIEWSKI

No puedo entender que una institución llamada a irradiar la alegría del Evangelio y llamar a la salvación, pueda provocar tanto dolor y sufrimiento a tantas víctimas de abusos de poder, conciencia y sexuales, permitiendo que los agresores campen impunemente por sus espacios tapando y escondiendo a tantos agresores. Cómo es posible que siendo llamados a dar testimonio de Jesús y ponerse al servicio de los demás, en especial de los más pobres y necesitados, puedan revictimizar y desentenderse de tanto sufrimiento mirando para otro lado. La revictimización viene acompañada de la negación, el ocultamiento y la culpabilización de las víctimas adultas.

Por otro lado, muchas víctimas después de la herida de la agresión han sufrido la revictimización, el maltrato y el trauma, abriendo nuevas heridas, por el silencio y por el abandono de la institución. Detrás de expresiones tales como “no son menores”, “ellos sabían dónde se metían”, “es un romance”, o cuando se les culpa directamente de seducir al sacerdote abusador, hay una clara voluntad de invertir la carga de la culpa, pues se está dando por hecho el consentimiento de la víctima. Como Job en su miseria ¿Quién defenderá mi causa? Hasta los amigos le acusan de hacer el mal, no saben sobrellevar el misterio de su sufrimiento y sacan conclusiones apresuradas.

Quiero poner orden en mis palabras y en mi cabeza, pero a veces no puedo, me sobrepasa. No pocas víctimas, después del abuso, tienen que escuchar que consintieron la violación y los abusos que recibieron, solo porque tardan en confesar, por tener una actitud pasiva, neutra, etc. Todos recordamos con estupor como transcurrió el procedimiento legal del caso de la manada, se filtraron opiniones judiciales en las que se cuestionaba el testimonio de la víctima, por tener esta una actitud vital de superar el horror vivido (cruzó las piernas en el juicio, había vuelto a salir con los amigos y se había vuelto a matricular en una academia). Uno de los jueces llegó a afirmar que la chica consintió porque no había resistencia y violencia, lo que obligó la movilización de muchas mujeres al grito de “Yo si te creo”. Las víctimas de abusos sexuales buscan ser escuchadas, atendidas y correspondidas.

Se está avanzando mucho en el modo de abordar la violencia contra la mujer, los abusos sexuales en la familia, en los centros educativos y en la sociedad. También en la Iglesia, hay una mayor conciencia y sensibilidad, pero todavía hay mucho camino por recorrer. Proyectos como REPARA, Asociación Acogida BETANIA, creados para la atención a las víctimas y la prevención de abusos uno de la Archidiócesis de Madrid y el otro, para el acompañamiento en contextos institucionales religiosos. Pero ahí está la reacción de muchos obispos ante el informe del Defensor del Pueblo, cuestionándose el número de víctimas y negando la fiabilidad del estudio. Existen todavía muchos obispos con criterios obsoletos que pretenden ocultar en el silencio, importando más la institución que la persona, donde no se ofrecen garantías ni condiciones se seguridad para las víctimas, no prestando la atención, dudando de su credibilidad e incluso acusando de consentimiento. Así estamos todavía. No quieren o no saben conectar con el dolor de las víctimas.

La respuesta de una familia individual y colectiva es esencial en el momento que se enteran del abuso para ayudar o entorpecer el proceso de recuperación. Igualmente ocurre en el contexto religioso, cuando un sacerdote es abusado por otro. Si la familia puede convertirse en un lugar seguro, muchas veces la institución no tanto, sobre todo cuando no se produce un acompañamiento individual y colectivo por los miembros de esa Diócesis, comenzando por el propio obispo. Las víctimas de abuso tienen derecho al cuidado y apoyo que necesitan y merecen. Muchas veces se necesitan diferentes tipos de acompañamientos, un compromiso siempre de largo recorrido, ya que cualquier abandono puede volver a traumatizar y crear más dolor en la víctima.

El arzobispo dominico de Viena, Christoph Schönborn, fue uno de los primeros obispos en Europa en atender el drama de las víctimas. Convocó a una misa de “acusación y arrepentimiento” en la catedral de San Esteban, no sólo a los fieles, allí estaban presentes las víctimas de abusos sexuales en la Iglesia. El propio arzobispo les dio las gracias por hablar y haber roto el silencio, el silencio que encubre y acalla. Seguía así la homilía afirmando que los abusos llegan a destruir la relación con Dios, por eso los abusos en el seno de la Iglesia pueden ser incluso peores. Por ello la Iglesia debe arrepentirse, todos, curas y laicos debemos arrepentirnos. Terminaba su homilía, mientras la Iglesia no vea ni escuche de cerca seguirá obstruyendo a Dios, un Dios que libera y redime. En las víctimas Dios nos habla.

En estos días hemos leído en tres artículos (uno testimonial, otro psicológico y el tercero jurídico) el testimonio de Policarpo Díaz, víctima de abusos, sacerdote y antiguo Vicario de Pastoral de la Diócesis de Salamanca. En los artículos nos habla de su experiencia, su sufrimiento y su situación, también de su abandono por parte del obispo y de la Diócesis, respondiendo con el silencio y recomendando que se calle y “se lo lleve a la tumba”. Según los artículos de RTVE mencionados y en palabras de la víctima, es el propio obispo el que retrasa la celebración del juicio unos tres meses depositando la denuncia en La Rota -según le recomendó el Nucio y la Conferencia Episcopal- y no en la Congregación para la Doctrina de la Fe. En su estancia en la Diócesis de León, el obispo no le acompaña, no le llama, se le retira de su Parroquia sin explicación y nadie le ha pedido perdón.

Casi nadie le cree y la transparencia no se hace presente en este caso, por tanto, más silencio. Los jueces, en estos casos, y después de tanto tiempo trascurrido y prescritos el delito, sólo se pueden basan en los informes forenses de los psicólogos y Psiquiatras. Poli verifica con su conducta que es una víctima de abusos de poder, conciencia y sexuales. Muchas personas abusadas en la Iglesia en muchos casos no son menores, pero en todos los casos son adultos vulnerados. No por padecer una condición de vulnerabilidad previa, sino porque un agresor ha decidido utilizar a Dios en una relación pastoral de acompañamiento espiritual para abusar de ellas. Claramente es una relación asimétrica, donde el acompañante no ha custodiado la dignidad de la persona acompañada

Hace unos días se celebró en la Diócesis de Salamanca una Eucaristía por las víctimas de abuso, con lo fácil que hubiera sido llamarlas por teléfono y hacerlas presentes en la celebración. Es cierto, se pidió perdón, pero da la sensación de que es una compasión sin compromiso, viendo las actuaciones y la revictimización del obispo a Policarpo Díaz. No podemos banalizar las celebraciones convirtiéndolas en ritos superficiales y tomar más en serio a los creyentes de la ciudad. Dios nos llama a ser luz, no solo con la palabra, sobre todo con la vida dando ejemplo de virtud. Recordamos las palabras de Francisco: los delitos de abuso sexual ofenden a Nuestro Señor, causan daños físicos, psicológicos y espirituales a las víctimas, y perjudican a la comunidad de los fieles. (“Vos estis lux mundi”). En esa Carta Apostólica se afirma que las víctimas tienen que ser protegidas por el Obispo, que debe velar por ellas y que se cumpla la ley. Por otro lado, en mi humilde opinión, los supervivientes de esta atrocidad deben ser en nuestra Diócesis el centro dónde Dios nos hable y darles a ellas la palabra.

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