El contexto general que enmarca una nación, una ciudad, una empresa, una institución cualquiera, influye decisivamente en los individuos que la componen. Esta es una materia central de estudio en psicología social.
El grupo pequeño en el que se ve más clara esta influencia del contexto en el individuo es la familia. La calidad de las relaciones familiares son decisivas para cada sujeto que la compone; por ejemplo, si en una familia la relación de la pareja parental es, o está pasando una etapa, conflictiva, todo el grupo está en crisis: los hijos no pueden sentirse ajenos a esa conflictividad.
El mismo fenómeno ocurre si en una nación “las madres y los padres de la patria”, los dos subgrupos políticos que la componen ( derechas e izquierdas) están mutuamente beligerantes. Los individuos se inquietan más, cuanta más tensión detectan en el ámbito político.
Y similar fenómeno sucede en una empresa, en cualquier institución, en un club deportivo…si hay tensiones en la presidencia, entre los directivos, entre dos subgrupos representativos, los individuos tienden a manifestar más inquietud a través de sus conductas: absentismo, bajo rendimiento en las tareas, mayor accidentabilidad, más discusiones y más dificultad de acuerdos y organización.
Lo que llamamos en los últimos tiempos en psicología social y sociología el discurso social, impregna el modo de estar y percibir la realidad en cada individuo.
Las palabras “no se las lleva el viento” sino que son metafóricamente viento que puede hacer posible la tranquilidad de una vida, o en el otro polo, derribar tabiques o contenciones, las leyes, absolutamente necesarias para una sociedad organizada. Las leyes organizan a través de las palabras que las sustentan. Y organizar es poner límites a cualquier actividad que repercuta en el Otro:
Si un niño está tocando el tambor en su casa, necesita unos límites de tiempo y de intensidad para que el resto de la familia no sea perjudicada. Si una empresa está arrojando humo industrial en los alrededores de una ciudad, tendrá que tener unos límites de contaminación. Si un bar tiene permiso de poner en el local música nocturna, ésta tendrá que estar limitada por un horario y un límite de decibelios que no perjudique a los vecinos de ese bar. Si un joven o un adulto conduce una moto o un coche tiene que limitar su velocidad en función de la ley imperante.
La libertad en sociedad no es posible sin leyes. Estamos viviendo tiempos confusos sobre qué es la libertad y sobre el papel que juegan las limitaciones o prohibiciones. A veces da la impresión de que hubiera una competición para mostrar quién o quiénes son más liberales o autoritarios, atendiendo a la cantidad de acciones que se permiten o a la cantidad de límites que se legislan; como si la libertad fuera lo contrario de prohibir y no se viera claro que la libertad humana transcurre siempre entre los límites que la propia sociedad establece para poder vivir en ella.
Hay un campo, la salud mental, que aclara más que ningún otro cómo la libertad necesaria a todo ser humano no puede vivirse sin límites. En su desarrollo, el niño que es “educado” sin encontrar límites, está abocado en el futuro a la enfermedad mental.