Allí estaban, en el inmediato espacio de la esquina, en medio de mi recorrido, entrando, desconocidos, en mis ajenos pensamientos; dispersos en su camino juntos, hechos de pronto instantánea parada.
Allí estaban, a plena luz del día, envueltos en su nube edulcorada, desdoblando pasiones treintañeras, ensartando sus besos y sus labios para hacerse guirnalda enamorada.
Allí, cintura en cintura, saliendo dulces palabras cual caramelos de almíbar de sus bocas, ojos clavados en los ojos, mirada completamente mártir de la otra mirada.
Así, con oídos abiertos como mares, de par en par, para escucharse; con puertas sin postigos en el corazón, con notas arrancadas a violines que flotaban como hojas del otoño entre la tenue luz caída de los cielos en cascada.
Cogidos de las trabillas de sus pantalones para que no quedara atmósfera ni aire, con la nariz enrojecida como un pétalo de la primavera sobreviviendo en un invierno atroz.
Entre los pliegues de sus abrigos los abrazos.
Allí los encontré, desconocidos, sin previo aviso una mañana.
Y allí, allí siguieron.
En el inmediato espacio de la esquina, sucumbiendo a todos sus caprichos, mientras mis paseantes pasos se alejaban.
Mercedes Sánchez