OPINIóN
Actualizado 24/11/2023 13:23:01
Concha Torres

Compramos unas cremas que nos prometen remedio para los primeros signos de la edad cuando estos ya se han instalado confortablemente en nuestros rostros y han comenzado a dibujarse los surcos que, sin piedad ninguna, nos recuerdan que de la misma manera que nos abandona el colágeno, comienza el tiempo de descuento. Compramos esas cremas, que suelen ser carísimas, cuando tenemos dinero para pagarlas; y ese momento rara vez es el momento de los primeros signos, sino de los terceros o cuartos, como poco. La capacidad que tenemos los humanos de llegar tarde a todo es directamente proporcional a la cantidad de años que vivimos.

Me encuentro entre los que comenzamos a ser víctimas del edadismo, que manda narices el palabro (y les ahorro la búsqueda en Google: conjunto de estereotipos, prejuicios y discriminación contra las personas por su edad) y me fastidia enormemente porque yo soy victima del edadismo a la contra, esto es, de los que pensábamos que por vestir vaqueros de la talla 38, correr maratones y tener una cuenta en Twitter podríamos ser eternamente jóvenes. Comienza a fastidiarme en sobremanera que se hable de los jubilados (grupo al que aspiro unirme más pronto que tarde) como de una panda de pirañas devoradoras que se comen los ahorros de las generaciones venideras; que se de por sentado que son analfabetos digitales (les pondría a más de uno a editar textos con Word, que no saben ni por donde agarrarlo) y que se les infantilice intentando encajarlos en esa enorme capa de la sociedad que ni quiere, ni sabe ni se plantea salir de la infancia. Me fastidia el edadismo porque soy una de sus víctimas y la verdad, desde que he asimilado la edad (que no el edadismo) vivo bastante más a gusto conmigo misma que cuando me empeñaba en ser joven a toda costa.

Y lo que nos pasa a los humanos le pasa a la sociedad, que no ve nunca venir esos primeros signos de la edad. El salvaje oeste peninsular clama y reclama con razón las conexiones ferroviarias, pero no vio que la falta de niños jugando en sus plazoletas y la disminución cada vez mayor del número de esos mismos niños en las aulas era el signo premonitorio del abandono ferroviario. En estas latitudes que habito se asustan de la contaminación de las ciudades y del tráfico colapsado, pero miles de empleados tienen un coche que la empresa paga y que ellos utilizan con fruición viviendo a cincuenta kilómetros de donde trabajan, muchas veces por capricho. En España contemplan como la caja de la Seguridad Social está en cuarto menguante sin ponerle más remedio y algunos, incluso, gritan contra los emigrantes que son los únicos que, con sus empleos y muchos hijos, contribuyen moderadamente a reflotarla. En mi ciudad de residencia nos vuelven locos con la recogida de basuras (atentos: una o como mucho dos veces por semana según barrios) y luego quieren que la ciudad esté limpia y los zorros no vengan a darse un banquetazo cada noche. Y así todo.

Cuando los ingleses se marcharon de Palestina, dejaron detrás un buen lío en ciernes, y así está aquella parte del planeta, donde la guerra es lo cotidiano y la paz lo excepcional; aquel desastre era un primer signo de la edad, sobre todo de la edad madura que iban alcanzando unos pueblos que no se conformaban con el mandato de que intentaran llevarse bien, cosa que no era posible. Primeros signos de la edad de nuestra democracia son esas manifestaciones de los últimos días por las calles españolas: la democracia española ya no es joven, y lo que se hizo bien o mal en un momento dado, ha criado arrugas y pliegues que ahora son difíciles de planchar e imposibles de tratar con una buena crema de esas que nos aplicamos en el rostro.

Hay que estar muy atentos a los primeros signos de la edad, que en la mayor parte de los casos no tienen arreglo con una crema antiarrugas; y hay que darse cuenta cuando los hechos y las noticias empiezan a resultarnos incomprensibles a la par que fastidiosos porque es ahí donde comienza la edad tardía que, gracias a la ciencia y sus adelantos, se prolonga mucho más que los fenómenos que tanto nos cuesta entender. Pero ante el edadismo ¡ni un paso atrás!

Concha Torres

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