OPINIóN
Actualizado 24/11/2023 07:58:05
Mercedes Sánchez

A menudo cuesta elegir un tema sobre el que escribir, pues hay tal cantidad de aspectos que inquietan, interesan, perturban, que es difícil centrarse en alguno concreto.

En mi cabeza bullen, por supuesto, las guerras que no entiendo, porque las informaciones a las que se llega cuando se profundiza en su origen nunca me parecen suficientes para explicar lo inexplicable.

También hierve la inestabilidad política en países que tradicionalmente considerábamos estables. O las oscilaciones producidas por tsunamis económicos que nunca avisan…

O la sinrazón de los atentados atribuidos a lobos solitarios y que dejan nuestro cuerpo al borde del abismo, entre esas líneas intermitentes en los mapas que algunos insisten en que nos separen más y más.

También me perturba desde hace tiempo la edad de acceso de los niños al uso de la pornografía (8 años de edad) al disponer de móvil tan prematuramente y no existir el suficiente control parental. ¿Somos conscientes de que el cerebro es, muy especialmente en la infancia, un material plástico y fácilmente permeable en el que cada información inadecuada deja su huella? ¿Por qué exponemos a los niños a imágenes y mensajes de otra “talla” que no les corresponde? ¿Pondríamos a nuestros hijos calzados varios números más grandes que los adecuados a su edad y al tamaño de sus pies? ¿Somos capaces de evaluar el daño irreparable que se produce en su mente y las consecuencias en su mundo de relaciones personales?

Además, bulle el progreso inusitado de la inteligencia artificial sin dar tiempo a la correcta legislación que la regule. La suplantación de la identidad. La apropiación de los datos personales para usos completamente dudosos.

La utilización inadecuada de las redes sociales para alentar a las masas generando estados de opinión basados en mentiras y patrañas, jaleando a grupos sociales y manipulando pareceres sin fundamento, aludiendo a discursos únicamente emocionales sin veracidad ninguna.

Podríamos seguir enumerando aspectos diferentes que, en distintos ámbitos, son objeto de nuestras preocupaciones más acuciantes.

Cada vez más, los mensajes se dirigen a la parte más irracional del ser humano, da igual si es para vender una colonia, o para pedir un voto, o cualquier otra respuesta que se solicite en cualquier otro ámbito. No está de moda exponer una serie de razones, un programa de actuaciones, diseñar un plan que se pueda valorar. Las energías se centran siempre en el eslogan que moverá a la gente, en la frase que más impacto tenga, en el mensaje concreto dirigido al centro de la mente para que, como si tuviéramos alma adolescente, remueva dentro y lleve a la acción. Da igual medir o no el tamaño o la proporción de la respuesta, no se valora el efecto, no se mide el alcance, sólo el impacto, para que no haya preguntas, cuestiones, análisis, evaluación. Se trata de mover a los rebaños en una u otra dirección.

Ante todo esto, las únicas armas para afrontar estos desmanes pasan por la educación, la cultura, el estudio, la información cierta, la razón, la cordura, el autocontrol, el enfoque pluridimensional de las cosas, la reflexión sobre los acontecimientos y sus causas, tomar cierta distancia que permita evaluar lo que se conoce y lo que se ignora, sin echar mano de frases rimbombantes y no haciendo caso sin realizar una criba previa de la realidad, deshojando las emociones viscerales para quedarse con el núcleo fundamental del análisis.

Las sociedades evolucionan, la tecnología avanza a pasos agigantados, los cambios que antes ocurrían en un par de décadas ahora se producen en menos de un lustro y afectan a todos los órdenes de nuestras vidas, modificando desde la forma de sacar un billete para un transporte hasta las características de los coches que conducimos a diario o los relojes que marcan nuestro tiempo, por citar tan solo algunas cosas cotidianas, y todo aquello que considerábamos futuro hace tan poco tiempo de pronto se ha convertido en una realidad presente, a veces, incluso de forma completamente virtual.

Espero que tantos cambios, tantas innovaciones, no acaben con nuestra esencia, esa condición que nos hace exclusivamente humanos.

Mercedes Sánchez

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