OPINIóN
Actualizado 22/11/2023 12:01:47
Félix López

El segundo y tercer año de vida son los más importantes, después del primero.

Unos niños y niñas andan antes de acabar el primer año de vida y la mayoría lo hacen con soltura en la primera mitad del segundo. El cambio es una revolución porque supone que (a) el espacio, los muebles, los electrodomésticos, la televisión y tantos trastos más los colocamos los adultos nuestro gusto y (b) los peques son exploradores natos, quieren tocar y manipular todo, chupar algunos objetos, tocar o arrancar las plantas y meter la mano donde puedan. Todo la resulta interesante y nuevo.

¿El resultado? Ellos se lo pasan bomba si le damos libertad, pero corren peligro y pueden arruinar cualquier cosa. Por otro lado, la madre o cuidadores tienen que vigilar y controlar las investigaciones y exploraciones que hacen, seguirles, doblar la espalda, cogerles en brazos y tantas cosas más. Se acabó la calma y se hace inevitable el conflicto. Los educadores dicen ”no” una y otra vez, mientras los pequeños no se pueden aguantar su curiosidad.

Los adultos suelen decir que los pequeños se han hecho muy traviesos (versión correcta), tozudos, desobedientes, insoportables, etc. (versión sincera o incorrecta, según se mire).

Es el inevitable primer choque entre voluntades. Los manuales de psicología evolutiva los escriben los adultos y suelen etiquetar este periodo, que puede durar hasta los cuatro o seis años, de tozudez, negación y rabietas.

Yo, que he sido profesor heterodoxo, les decía a mis alumnos que, si los peques escribieran libros llamarían a este primer choque educativo “periodo de primer autoritarismo”

Y las dos versiones tienen razón. Para los pequeños porque en el primer año, al menos, no se les culpaba de nada y ahora experimentan un cambio brutal. Para los cuidadores porque ha cambiado la situación y no tienen descanso.

Esta asimetría es inevitable y los cuidadores deben saber que los pequeños no comprenden este cambio porque no conocen el valor de los objetos, las plantas, los adornos. Y tampoco tienen aún el control suficiente de su conducta.

El arte de la disciplina “inductiva”, de la que ya hablaremos; empieza ya en estas edades y culmina en la adolescencia, con el logro, si todo va bien, de la autonomía.

¿Qué pueden hacer los padres y madres en estas edades para que los peques tengan espacios más relajados, en los jardines y, aún mejor, en el campo?

Puede entenderse que si quien cuida a la cría tiene que cocinar pueda encerrar al pegue tiempos cortos en ese mueble mal llamado “parque”, organizar una habitación especial, si se lo pueden permitir, reorganizar la casa, sellar los enchufes, etc. Pero es bueno que sepan que el desarrollo psicomotor requiere tiempos de libertad, bajo vigilancia y control. La naturaleza y la playa, entre otras muchas cosas está muy bien. No basta el “parque” lleno de juguetes.

Si les inundan de juguetes exploran peor porque cambian continuamente e objetos.

Otro aspecto importante es su nueva capacidad de HABLAR y comprender lo que se les dice.

A partir de los 8 o 9 meses pueden empezar las primeras palabras, de una o dos sílabas. En el segundo y tercer año la inmensa mayoría hablan con soltura, con un vocabulario reducido, y empiezan a usar con soltura los pronombres.

Háblenles despacio y sin gritar, también cuando les corrigen, empleen frases cortas y usen palabras cariñosas, no olviden que cada peque es la alegría le la casa, un sol y el lucero del alba. Le canten y le digan lo mucho que le quieren, declaren valiosos a su hijo o hija, canten la vida y le transmitan las ganas de vivir.

Todos necesitamos al menos un espejo incondicional que nos diga: “así como eres te quiero y valoro”.

Pronto sus compañeros le pondrán en su sitio social, esperemos que sin acosos (otro problema bien importante).

El tercer tema capital es el de la identidad personal (yo) y sexual (soy un niño o un niña). Como es un tema tan actual que enlaza los 2,3,4, 5 y 6 años, le dedicaremos un texto a este tema.

¿O creen que debemos etiquetarles de “estes” y no de niños y niñas, ni mirar los genitales? ¿Habrá que hacerle caso a la ministra que no ha aprendido que su presidente cambia fácilmente de opinión? Siento haber profetizado este final. Una casi alumna rebelde no merecía este trato, ni su nombramiento como ministra. Tengo un dilema para usted ¿Quién es más culpable: ella por aceptar el cargo de ministra o el presidente y todos sus ministros por aceptar sus disparates?

Espero que el feminismo de siempre recupere la lucidez y no se doblegue ante el ilustrísimo presidente.

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