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Actualizado 08/11/2023 22:01:00
Rosa M. García

María y su marido no podían tener hijos y optaron por la adopción internacional; un largo y duro proceso con el que ha logrado “querer y que me quieran”

“Quería tener un hijo a quien criar, a quien educar, a quien querer; quería lo que todos hemos vivido, una familia, querer y que me quisieran”. María logró ser madre y formar esa familia; junto a su marido, José, adoptaron hace ya 14 años a un niño.

No podían ser padres por problemas biológicos y se sometió a procesos de fertilidad. “No fue fácil, para mí fue un proceso difícil; lo fue para los dos, pero la mujer lo sufre más en primera persona; psicológicamente lo pasé muy mal”.

Quería conformar una familia y “me daba igual el lazo de sangre o no, nunca me he preocupado, por lo que la adopción era una opción”. En su caso fue internacional porque, explica, la nacional “planteaba dos problemas: los años en lista de espera por entonces eran muchísimos”. Además “había un problema que a mí me parecía gravísimo; tú no adoptabas al principio, te daban a un niño en acogida, durante más o menos un año, ya que el juicio para la adopción se postergaba alrededor de ese tiempo porque los padres o la familia extensa podían reclamar la patria potestad del niño. Con lo cual te otorgaban a un niño que creías que era tu hijo, pero no lo era hasta un tiempo después y durante ese tiempo podía darse el caso de que la familia reclamara al niño y aquel que tú creías que era tu hijo al cabo de un año no lo fuera. Si yo hubiera querido acoger un niño, hubiera hecho una acogida, no una adopción. No quería adoptar temporalmente, quería adoptar a un niño y que nadie me cuestionara al cabo de unos meses que era mi hijo. Solo plantearme esa opción, se me abría en canal la vida”. Este era el protocolo por aquel entonces, “es verdad, que en un 99% de los casos la adopción se consolidaba, pero había un porcentaje de casos que no y no quería pasar por la posibilidad de ese porcentaje”. Por eso decidieron ir desde el principio a la adopción internacional, que era un proceso “más rápido y más seguro".

Tardaron dos años en tener a su hijo. Un tiempo corto, pero complicado y duro. Iniciaron el proceso en junio de 2007 y adoptaron en septiembre de 2009.

El proceso fue “larguísimo”, asegura María, que recuerda el protocolo de la Junta. El primer paso para ser padres adoptantes "era que te catalogaran como tales; se realizaba un expediente en el que intervenían una asistenta social y una psicóloga, además de documentos administrativos, como la renta, propiedades, ingresos mínimos… Había que pasar exámenes psicológicos y una entrevista”, también “visitaban su casa, tu forma de vivir”, etc.

Realizaron dos viajes al país de la antigua Unión Soviética donde estaban en lista de espera, pero no se llevó a cabo la adopción. Fue en el tercer viaje cuando les asignaron a su hijo, Jesús, “y todo salió adelante. Nos lo asignaron en el Centro Nacional de Adopciones, viajamos a la ciudad donde residía para conocerlo; aunque antes de ir necesitas, aparte de la asignación, la autorización del Ayuntamiento que en última instancia tiene la patria potestad de los niños”. Antes de conocer al niño “nos entrevistamos con la psicóloga del orfanato donde estaba y con la directora, y recibimos el visto bueno”. Unos días después, conocieron a su hijo.

María no olvida esa primera imagen de su hijo. “Lo llevaron solo a un cuarto de juegos, nos metieron allí y al entrar le dijeron ‘estos son papá y mamá’ y se nos quedó mirando como diciendo ‘pues vale’, se echó a reír, nos dio una mano a cada uno y salimos a jugar a un jardín”. Lo que sintió en ese instante fue una “auténtica y absoluta felicidad, además te das cuenta de que es él, que ningún otro podría ser; no sé lo que siente una mujer cuando nacen sus hijos, pero imagino que algo parecido”.

Era finales de julio de 2009. Desde ese momento estuvieron unos días con él visitándolo por la mañana y por la tarde. Pero tuvieron que regresar a España porque “no se sabía cuando iba a salir el juicio y no nos podíamos permitir el lujo de vivir durante tanto tiempo allí”. Después “nos llamaron para que fuéramos a finales de agosto, porque el juicio probablemente se celebraría el 1 septiembre”. Así fue, los declararon aptos y ese mismo día salió la sentencia, “pero teníamos que esperar a que fuera firme”, por lo que “llegamos a casa el 18 de septiembre ya con el niño, que entró en España con pasaporte de su país y con un visado de reagrupación familiar; a la semana de estar aquí ya tenía DNI y pasaporte español”.

Es el resumen de dos años de un proceso largo y complicado “y con muchas batallas” con el que logró hacer realidad su deseo, ser madre y formar una familia.

La adaptación del niño “fue maravillosa”. Ya le había guardado plaza en el colegio, porque tenía 3 años y se incorporaba a Infantil. “Llegó un viernes a Salamanca y empezó el colegio el martes siguiente. No tenía ni idea de español, pero como a esa edad unos no saben hablar y a otros no se le entiende lo que dicen, él, que hablaba otro idioma, no se sentía diferente”. Antes de navidades aprendió castellano “a una velocidad ultrarápida. No recuerdo no entenderme con él; yo aprendí las frases mínimas en ruso para que el niño pudiera sentirse seguro y pudiera decirme lo que le pasaba. Él además tiraba mucho de expresividad corporal y nos entendimos fenomenal”.

Fue un proceso “muy natural, como el de cualquier niño de tres años. Además tiene una capacidad para adaptarse al medio brutal. Nos avisaron que era probable que tuviera regresiones, se volviera a hacer pis, o rabietas o terrores nocturnos; estábamos preparados para todo eso, que era muy probable que sucediera, pero nunca sucedió”. A fecha actual y 14 años después “no tiene ningún trauma de la adopción, la ha vivido de una manera absoluta y completamente natural; nunca se le ha ocultado que es adoptado y en el salón de casa sigue habiendo fotos jugando con él en el orfanato. Supongo que en algún momento empezará a tener curiosidad y querrá conocer sus orígenes; de hecho tenemos planteado realizar un viaje a su ciudad”.

Unos hijos llegan de una manera y otros de otra, “pero es lo mismo”. afirma María. “Para nosotros ha sido una forma diferente de ser padres, pero tengo las mismas preocupaciones por él que cualquier madre por sus hijos biológicos. Es la mejor decisión que pude tomar en mi vida, porque ser madre es lo mejor que he podido hacer en mi vida. Es el centro de mi vida, creo que como para cualquier padre lo son sus hijos, no me puedo plantear que mi vida hubiera sido de otra manera, es el motor de mi vida”. Su hijo es feliz en una familia como cualquier otra, con un origen distinto, pero una familia normal y corriente.

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