#Acapulco

Para los que tienen una edad, Acapulco es de esos nombres míticos, “de las películas”; para los que tenemos una edad solo un poquito más para acá, a las películas se suma la tele: aquel “Princesa del Pacífico” de “Vacaciones en el mar” –que por estos rumbos fue “El crucero del amor”– atracaba en Mazatlán, Puerto Vallarta y, por supuesto, en "la perla del Pacífico": Acapulco.

Quién me iba a decir a mí que podría ir, todavía en los primeros años en esta orilla –gracias, Ana y Pablo– a ese destino que no tantos años antes asociaba con divos y divas de Hollywood… y con Tarzán, que se vino a vivir allá sus últimos años y hasta tuvo un hotel.

Ya en México, fui sabiendo que lo mítico ya no era tanto, que había ido perdiendo glamour, que se había quedado en “la playa de los chilangos” –o sea, los de la Ciudad de México–; sin embargo, era Acapulco, seguía siendo: no es tan fácil que los mitómanos nos quitemos una idea de la cabeza y, además, la bahía, ya que la vi con mis propios ojos, era de las más bonitas e impresionantes que había visto nunca.

Pues eso, que después de más de treinta años aquí, de haber ido varias veces, de haber disfrutado tanto el Acapulco “para turistas” como un poquito del otro, sobrecoge verlo devastado; uno intenta ayudar pero las imágenes imponen, duelen… Y devastado, por lo que se ve y por lo que me cuentan, no es palabra que pueda tomarse como exagerada.

Y resulta que, cuando por los asuntos políticos aquí se dice que no hay mucha reacción de otros países –tal vez por los pleitos continuos de López Obrador– veo que uno de los equipos de Salamanca está haciendo colectas, está poniendo tuits –o equis– entre otras cosas porque está vinculado con México y porque uno de sus jugadores, Martín Galván, es de Acapulco y ahí vive su familia.

Y pues, en medio de la tristeza, sentí un poco más cerca las dos orillas.

Y me puse a escribir.

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