Creo que estoy completamente dedicado a la imagen. Mi tiempo versa sobre el color, sobre la sombra, sobre la línea y sus posibles combinaciones. Veo imágenes nítidas que deben desvanecerse y ser palabras. Leo palabras que deben desaparecer y ser imágenes. Un signo que sustituye a otro signo infinitamente, una página con una mujer sosteniendo una calavera y una siguiente que habla sobre ella como si la conociera. Estoy tan dedicado a la imagen que entiendo lo borroso.
En mi galería del móvil hay fotos de gatos, de fachadas románicas, de flores, de fuentes, de palabras, de tartas y de personas. Algunas de ellas aparecen tras una neblina, otras atacadas por un resplandor. Algunas son azuladas, otras fundiéndose en el naranja. Y algunas son un borrón total. Una imagen quieta que vive por el movimiento. Un momento que niega su desesperanzada muerte. Estoy dedicado a desentrañar ese temblor que llevó a una foto a deshacerse en píxeles, a cometer erratas con la luz. Pienso en eliminarla porque está llena de dudas. De dudas inmediatas sobre mi posición en el espacio, sobre el lugar de mis manos, sobre la legitimidad de conocer el instante y la posibilidad de calibrar el sentimiento. Hoy he visto una de estas fotos que luchan por su autenticidad y se pierden por ambición. Una foto borrosa de un tabernáculo barroco. Un precioso cofre para una imagen. Un artefacto para desplegar un pequeño teatro barroco. Un juego para la mirada. Al mirarla con atención me di cuenta de que no toda la foto estaba borrosa, solo una parte en la izquierda. La otra, inmaculada. Y el borrón, aunque ilegible se mostraba con dinámica piedad: quería formar parte de ese juego interrumpido por los años, trastocar con su pan de oro los efectos lumínicos. Solo podía hacerlo a través de mí, de mi característico e infantil temblor de manos. No hay, pues nada más que un sino: recuperar su vida.
Pienso en esta foto que no sirve para estudiarla, solo para escribirla y entenderla. Pienso en un borrón que es tan error como acierto. No he pensado nunca en confesar que necesitaba dejarla estarla. No he pensado nunca que estoy dedicado a una impresión irreal.