Estos días que se acercan, de los inicios de noviembre, en que, tradicionalmente, se ha conmemorado en nuestro país a los difuntos, vienen en esta ocasión marcados por muchísimas paradojas, líneas y hechos contradictorios, que se nos sirven fríos en los noticiarios. Porque estamos siendo espectadores, acaso comodones, de las barbaries cruzadas de la muerte.
Masacres, muertes de miles ya de inocentes, de mujeres, de ancianos, de niños…, como si la vida no valiera para nada, como si un pueblo que ha sufrido la ‘shoah’ o el holocausto tuviera que levantar su estado a través de otro holocausto… Y, también, como si un pueblo expulsado de su tierra tuviera que recurrir a la barbarie del terrorismo para levantar su voz…
Son, estos días, en que nos disponemos a conmemorar a nuestros difuntos, las paradojas de la muerte que están ahí ante nosotros. Muertes gratuitas, injustificadas, marcadas por la barbarie. Muertes de inocentes, de seres, como todos, destinados a desarrollar su vida –la vida de cada cual, de cada ser humano, de cada individuo, es lo más sagrado que existe– y que ven que se les trunca.
Jean-Paul Sartre, en una de sus memorables obras de teatro, escrita en 1941 y representada un lustro después, tras la segunda guerra mundial, habla de muertos sin sepultura. Pero, muchos siglos antes, Sófocles, en Antígona, una de las obras maestras de la literatura universal, alude al acto, también sagrado y humano, de dar sepultura a los seres próximos y queridos.
La literatura da señales siempre de esa actitud humanizadora y piadosa hacia todo lo humano, hacia esa humanidad frágil, hacia esos eslabones débiles, inocentes, a los que estos días se les está privando de su vida.
Pero la literatura y el pensamiento y la acción pública y la política responsables también dan señales de actitudes pacifistas, porque todas las guerras son injustificables, y –como expresara Mahatma Ghandi– la paz es el camino
Por ello, estos días, hemos de exigir a nuestros gobernantes que pongan toda la carne en el asador para que cesen los bombardeos que están masacrando a miles de seres humanos, recluidos en una franja del Mediterráneo, para que cesen las muertes, para que se devuelvan a los rehenes…, en definitiva, para que las gentes puedan vivir en paz.
Y ese conflicto palestino-israelí, con raíces bien conocidas, se ha de solucionar política y diplomáticamente. Y se ha de aceptar que ambos pueblos tienen derecho a tener sus respectivos estados…
Pero, todo ello, pese a las enormes dificultades que tiene y a los endurecidos enconamientos de años, ha de realizarse desde la búsqueda de los acuerdos, de las concordias, de los entendimientos…, para lo cual hay que ceder y aceptar las perspectivas de los otros.
Sin embargo, estos días, en que nos disponemos a conmemorar a nuestros difuntos, cuántas paradojas nos trae la muerte…