Hace unos días una chica, al sentirse morir, escribió a su madre: “madre te quiero, me muero” ¿Por qué queremos tanto a las madres?
Cuando la madre pare, da a luz, alumbra, etc., es un momento tan especial que el bebé se separa fisiológicamente de la madre y empieza una vida única. Un choque brutal que le hace llorar.
La madre hará bien en decirse: “Ya somos dos, tu y yo, y ahora se une también tu padre”. “Eres uno y único, distinto, individuo y persona”, “respiras por ti mismo el aire que te envuelve y oxigena tu cuerpo”, “te alimentas por ti mismo de mis senos”, etc. “Empieza tu vida, aquí nos tienes para cuidarte, quererte, acariciarte y amarte. Somos y seremos siempre incondicionales”
Y también saben las madres, y cada vez más padres, mirar, besar, acariciar, mecer, abrazar piel con piel sobre sus senos y decirle todo lo que le sale del corazón.
El niño o la niña ya es una persona real. Y casi siempre con salud y precioso o preciosa. Ver a un recién nacido es un milagro de la naturaleza que nos emociona. Mejor si se cumplen los sueños de los padres.
No siempre es así, y a veces tienen problemas o limitaciones que cuestan aceptar.
Si hay sorpresas no esperadas o problemas, no basta con la resignación, ni la aceptación. Es necesario un paso más: Hay que validar a esa vida, declararla valiosa y digna. Cada persona necesita, al menos, un espejo incondicional que le haga saber con palabras y obras: “tal como eres te quiero y no te fallaré nunca”, “apoyaré tu vida y tu bienestar”, “nunca estarás solo ”
La incondicionalidad incluye: cuidados, interacción intima (la describiremos), caricias, mecimientos y validación.
Las crías nacen muy bien dotadas: ven, oyen, huelen, sienten el tacto, tienen gusto, distinguen los cambios de temperatura, los movimientos, los cambios de luz y sonidos, etc. Son exploradores y aprenden rápido. No son seres pasivos, sino muy activos. Tan activos que necesitan dormir mucho y descansar, como nos pasa a los adultos cuando visitamos una gran ciudad y por la noche estamos cansados por mantener que prestar tanta atención a todo.
También están programados, no necesitan aprender, para preferir el rosto humano, la voz humana, el olor humano, la temperatura de la especie humana, la leche humana y buscar la teta pa mamar.
Pronto, antes del fin de la primera semana, reconocen características de la madre y su postura cuando les alimenta, su olor, su voz, su manera de acariciar, mecer, limpiar, besar, hablar, cantar, etc.
Si le parece raro, piense cuantas veces hace estas y otras cosas una madre cada día. Las crías establecen asociaciones (voz y rostro, por ejemplo) y aprenden muy rápido
Y lo más importante, están necesitados de contacto placentero y de vinculación con la madre o cuidadores. A lo largo de los 6 u 8 meses acabara formando un vínculo de APEGO. Es el vínculo más importante y duradero de la vida.
La próxima semana describimos el proceso de vinculación, el más significativo de todo el ciclo vital.
Las crías, salvo limitaciones muy graves, no van a fallar. Nacen dependientes y necesitadas de este vínculo, es una pulsión fuerte que les empuja a reconocer, preferir y vincularse a su madre o cuidadores.
Comparten empáticamente las emociones básicas al encontrarse cara a cara, escuchar la voz, sentir las caricias, percibir las posturas, el tacto, el olor, etc. La capacidad de empatizar es innata y compartir emociones es muy importante para vincularse bien. Por eso es muy importante que las madres transmitan alegría vital, mociones y afectos.
Los bebes se comunican también con su capacidad para llorar y reír (primero expresando placidez y un casi imperceptible inicio de sonrisa y, muy pronto, sonriendo. Con el lloro expresan dolor, hambre, sed, frío, etc., o llaman a quien les cuida para que se acerque, les haga caso, les acaricie, les coja, etc. Con la sonrisa le expresan su alegría, les seducen, cantan la vida:” Ven te digo con el lloro, te quiero te canto con la sonrisa”.
¿Hay algo tan irresistible, contagioso, motivador, encantador y gratificante como la sonrisa de un bebé?
Los bebes no son pasivos, sino muy activos, los cuidadores deben saberlo, disfrutarlo y no olvidarlo. Nacen muy dependientes, pero están muy capacitados y aprender muy rápido.
Se acaban vinculando con un apego de por vida, el vínculo más necesario y consistente. Incluso después de la muerte les recordamos y tenemos presentes. Por eso aparecieron los ritos funerarios y muy probablemente las religiones (con respeto a los creyentes. Por cierto, estos hechos son compatibles con la fe). No nos resignamos a perder a quienes realmente nos hemos vinculado.
El apego en la pareja, cuando se llega a formar, provoca también estás reacciones. Hace unos días me decía una viuda, creyente con dudas: “no me puedo resignar y aceptar que no volveré a ver a mi marido”.
El apego a lo padres y, si fuera el caso, a la pareja es el vínculo humano más grande, que puede hacernos gritar: no acepto la muerte.