Desde la atalaya de la vejez se contempla lo que nos rodea, incluso el pasado, con mayor claridad que nunca. Pero no voy aquí a contar ninguna batallita, sino a hablar de nuestras instituciones y de las vivencias que cada uno tiene en su relación con ellas.
En mi caso voy a escribir sobre dos grandes instituciones dentro de España y mi experiencia en ellas.
En la primera, que ya no existe sino muy metamorfoseada, la Compañía Telefónica Nacional de España, trabajé todo mi primer cuarto de siglo de vida profesional, en un puesto de nueva creación que, a posteriori, siempre lo he calificado de ideal: un puesto de trabajo ideado en función de todos mis intereses profesionales y deseos de un positivo contexto laboral. Bajo la dirección de un gran directivo y médico, el Director del Servicio Médico de Empresa, trabajé tanto en psicología laboral, como en psicología clínica, siempre apoyado, respetado, valorado en mis objetivos y procedimientos. O sea…tuve la gran suerte de estar en el puesto apropiado, en el momento apropiado. Y dentro de una gran empresa estatal que ¡a ella sí que la elegiría como símbolo de la “marca España”!: su gestión económica, social, de política de personal, recibiría más que un aprobado ( sobre todo comparada con la mayoría de las actuales empresas). Observando y viviendo este entorno laboral, siempre estuve convencido, toda esa época, de que España caminaba por la autopista del progreso.
Unos años después, al jubilarme, me matriculé en Doctorado en la facultad de psicología de la Universidad de Salamanca. Cuando comparaba el nivel académico de esta facultad con el de la Complutense madrileña, donde me había formado, se me quedaba muy bajito; a mis compañeros/as de Doctorado, procedentes de países latinoamericanos, también se les quedaba “bajito” el nivel salmantino. Finalicé con alta calificación y cuando hace unos diez años vine a residir a Salamanca, mi ciudad natal, me ofrecí a la facultad a colaborar generosamente, con algún seminario, conferencias, presentación de algún libro, etc. Y hasta ahora, jamás nadie de esa facultad me ha llamado (aun siendo yo Profesor Honorario de la U.A. de Madrid). No escribo esto como una queja personal, sino como un síntoma de cómo nuestra facultad de Psicología se cierra e ignora colaboradores útiles, que pueden enriquecerla y en ese enquistamiento va perdiendo nivel académico, como se ve en la lista de nivel de calidad de los centros académicos de todo el mundo.
Estos dos ejemplos institucionales que he nombrado, la anterior Compañía Telefónica Nacional de España y la actual Facultad de Psicología de Salamanca, simbolizan dos polos en mi vida profesional, que también son símbolos de dos modos distintos de actuar, crecer o decrecer, de instituciones españolas y de la sociedad española en su conjunto: unas que tienden al crecimiento armónico, útil socialmente, que tienden a enriquecer a nuestro país, y otras que tienden a paralizarse, a estar infructuosamente pendientes de su endogamia y, casi exclusivamente, de las ganancias o pérdidas financieras.
Esta variedad de conductas grupales e institucionales no es, obviamente, un fenómeno exclusivo de nuestro país, sino que se da en todos los países del mundo: existe el diferente nivel de desarrollo de empresas, regiones, instituciones, grupos humanos dentro de un mismo país. Pues no solamente las políticas gubernamentales influyen en el conjunto nacional, sino también la variedad de sujetos y grupos humanos existentes, con conductas frecuente y radicalmente opuestas dentro de un mismo proyecto común.